Lina Fabiana Mulero (Montevideo, 1971) nunca se sintió un hombre, pese a que este es el género que le asignaron al nacer. Se casó, como hombre, en 1991 con Ali Latchinian (Montevideo, 1970), y en el 2001 nació su hijo. Pero algo no iba bien dentro de Lina, que se sentía una mujer. Y, además, lesbiana. «Si me gustaran los chicos, hubiera sido más fácil». Durante décadas, ocultó su sentir interior. «Mi expresión de género era muy masculina para disimular». Pero llegó un momento en que no pudo más. «Este proceso hace mucho daño. Mi vida no tenía ningún sentido». En el 2013 se lo dijo a Ali. «Para ella fue muy difícil de asimilarlo, porque ella es heterosexual».

Estuvieron un año separadas y, poco después de que Lina comenzase la hormonación, volvieron. «Para mí fue un choque porque venía de una educación súperpatriarcal», reconoce Ali. Pero no lo viví como un problema, sino como algo desconocido. «Tuve que repensar mi sexualidad y salir yo también del armario». El tránsito de Lina ha hecho «transitar» también a toda la familia y, además, la ha llevado a un «punto de sinceridad» que desconocía, en palabras de Ali. «No es un tema que haya que aceptar o tolerar, sino que hay que acompañar al ser querido», añade.

También el hijo de ambas, Thiago, que entonces tenía 13, entendió bien el tránsito de Lina. «Aunque de puertas para adentro -matiza la madre-. Porque en la calle, ante sus amigos, él no me visibilizaba. Este es el otro tránsito paralelo». Pero poco a poco el niño sí lo aceptó bien y, con él, el entorno de la familia. «Somos muy queridas», dice Lina, que actualmente es miembro de Transforma la Salut, plataforma que lucha por un nuevo modelo sanitario que apueste por la despatologización de las personas trans A día de hoy, a Lina se plantea una operación de reasignación genital pero a largo plazo. La echan para atrás las listas de espera.

Cree que la decisión de la OMS de dejar de considerar la transexualidad una enfermedad mental «es un pequeño paso. Hemos sumado, pero no estamos conformes porque pasa a considerarla una incongruencia de género y la única incongruencia es patologizar el derecho a la diversidad humana».