El Senado es ese gran olvidado en todas las campañas. Es como ese invitado en las bodas que sale en todas las fotos pero nadie conoce. Siempre se habla de que hay que reformar el Senado pero así llevamos 40 años, sin reformarlo. Se dice que es una cámara territorial pero la realidad es que la representación parlamentaria es menos territorial que en el Congreso, y casi siempre salen elegidos mayoritariamente los partidos del bipartidismo tradicional y luego los que esos dos mismos partidos pactan y ponen a dedo por lo que se conoce designación autonómica. Y que suelen ser veteranos dirigentes de las formaciones a los que en lugar de darles una medalla por sus servicios prestados se les manda al Senado como digno y bien pagado retiro. Lo más territorial que se celebra en el Senado es una Conferencia de Presidentes Autonómicos que se convoca cuando el presidente del Gobierno está de buenas y cuyos resultados son propuestas vacías. Eso sí, esa jornada es un desmadre agotador de periodistas y personalidades por los pasillos buscando al presidente de Cantabria a ver a quién ha traído esta vez anchoas.

Porque el Senado, (¿por qué se le llama Cámara Alta cuando sus decisiones pueden ser enmendadas en el Congreso?) presenta ciertas peculiaridades. La primera de ellas es que se elige por sufragio universal y también por designación indirecta de los parlamentos autonómicos.

El Senado tiene sus peculiaridades, como que es la única cámara en la que se puede elegir a los candidatos mediante una cruz. Una peculiaridad que te permite votar en la misma papeleta a Vox y al Partido Comunista de los Pueblos de España.

Los defensores del Senado, que suelen ser los propios senadores, alegan que es una Cámara muy importante porque permite una lectura más pausada y reflexiva de las leyes que se elaboran en el Congreso. Sin desconsiderar esta opción, cabe preguntarse si no hay suficiente reflexión en documentos legislativos que pasan horas de comisiones, ponencias, informes jurídicos y plenos en el Congreso.

Algo falla con el Senado cuando a sus papeletas se les llama de color salmón cuando nadie en su sano juicio compraría en la pescadería un salmón de ese color. Algo falla con el Senado cuando ni siquiera su dirección oficial (calle Marina Española) coincide con la puerta por la que se entra (calle Bailén). Algo falla con el Senado cuando casi nadie recuerda el nombre de su presidente y casi nadie sería capaz de dar el nombre de tres senadores. Algo falla con el Senado cuando es uno de los edificios institucionales más bellos del Estado y se trabaja en uno anexo más funcional pero mucho más feo. Algo falla cuando se habla siempre de reformarlo y ahí está viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá.

En todos los periodos parlamentarios de la historia de España ha existido el Senado, salvo en el periodo republicano. Unas ochenta democracias en todo el mundo tienen Senado, y el de Estados Unidos sale en todas las películas americanas. En Estados Unidos, la democracia más longeva del mundo, el Senado sí es muy importante.

Si el Senado en España tiene que existir, urge una reforma que lo dignifique y que le confiera las competencias necesarias para que sea una cámara eficaz.

Pero en esta campaña nadie ha sacado el asunto de que hay que reformar el Senado. Ni siquiera de que hay que eliminarlo. Y tal vez esté la clave porque esta Cámara, que merece de una vez ser dignificada, sí tiene una potestad que es exclusiva de ella. Es la aplicación de un artículo de la Constitución al que se invoca mucho y que la derecha tiene unas ganas locas de aplicar con toda su fuerza. Es el artículo 155, el que puede suspender la autonomía de una comunidad si se considera que vulnera la Constitución. Por eso, el Senado adquiere de repente una importancia que realza a este pobre marginado del que nadie se acuerda.