Gerardo Calatayud lleva jubilado muchos años y, como numerosos vecinos de Paniza, durante su vida activa trabajó en negocios relacionados con la elaboración de vino. Por eso ayer comprendió enseguida lo que podía haber ocurrido en el interior de Bodegas Paniza. «Yo he trabajado en los trujales y sé que antes de entrar, durante 20 o 30 minutos, hay que ventilarlos a fondos para dispersar los gases tóxicos que se producen en los lugares donde se elabora vino», explicó. «Si respiras el tufo del vino, caes en el acto», subrayó Calatayud, que vive en una casa de una planta construida en 1957 en la avenida de la Cooperativa, en cuya entrada se encuentran las naves de elaboración de vino de Bodegas Paniza. Por eso fue un espectador de primera fila de la fatídica jornada. El día había empezado como uno más en su vida de jubilado, pero «sobre las diez menos cuarto o así» oyó el ruido del helicóptero y las sirenas de las ambulancias y se imaginó que algo inesperado había ocurrido. «Ahora estoy desconsolado por lo que ha pasado, no me lo puedo creer», lamentó Calatayud, al que el accidente le trajo a la memoria otro hecho similar que sigue grabado en la memoria de los vecinos de Paniza de mayor edad. «En Encinacorba pasó en 1988 exactamente lo mismo que ha pasado aquí hoy», manifestó. «Ha tenido que haber un fallo muy grande», añadió. También en la avenida de la Cooperativa había aparcado un camión cisterna de grandes dimensiones. «Yo he venido aquí hoy a cargar vino y me he encontrado con esto, de forma que no he podido hacer nada», manifestó el chófer, un ecuatoriano residente en Tomelloso (Ciudad Real) y que se llama César. «Cuando venía por la carretera, por la antigua general, ya me he percatado de que pasaba algo raro, pues había guardias civiles en los arcenes y varios vehículos de patrulla», explicó. Su plan de trabajo para el día de ayer era cargar 27.000 litros de vino en su camión y transportarlos al puerto de Valencia, donde se trasbordarían a un barco que los llevaría a Italia. Pero el grave accidente laboral trastocó el esquema inicial y César tuvo que esperar largas horas, aparcado al sol, pendiente de que terminara la tramitación judicial. El suceso apenas trastocó la vida cotidiana de Paniza, de hecho solo las personas directamente relacionadas con la bodega se acercaron al lugar del hecho. Hasta la una del mediodía, los agricultores pasaban con sus tractores y cosechadoras, de vuelta del campo, pero no se detenían. A partir de esa hora, delante la bodega solo se veían periodistas, a los que una amable vecina daba vasos de agua fresca para combatir el calor. Los familiares de las víctimas estaban como refugiados, pegados a una pared donde daba el sol fuerte de julio, a resguardo de las cámaras de televisión.