El hijo de Inma Ramos tenía 12 años cuando a ella le diagnosticaron cáncer de mama. «Se pasaba el día pegado a mi. Incluso cuando tenía episodios de vómitos estaba ahí, conmigo, como un auténtico campeón. Sé que lo pasó muy mal y le estaré eternamente agradecida por su apoyo», recuerda. Víctor, que ahora tiene 27, se convirtió en el pilar fundamental de su madre y compartió cada minuto de la enfermedad con ella. «Nunca le oculté nada. Si lo haces se tiende a crear un ambiente aún peor y lo mejor es tratar el tema con naturalidad», asegura ella.

A Ramos la operaron tres veces. Y su hijo le hizo «muchísimas preguntas» durante el proceso de la enfermedad. «¿Te vas a morir? Fue lo primero que me dijo. Pero le tranquilicé para que él no se preocupara, porque le aseguré que iba a tener madre para rato. Eso lo tenía claro», cuenta.

Tras el diagnóstico y durante el tratamiento, los días no fueron fáciles «para nadie» en el seno de esta familia zaragozana. «A Víctor le pasó factura todo esto, porque por ejemplo en el colegio bajó el rendimiento. Estaba más triste, aunque es verdad que en clase no le dejaron de ayudar y me consta que estuvieron muy pendientes de él. Tenía días que no quería ir a la escuela ni tampoco juntarse con sus amigos para ir a la piscina porque me veía mal», explica Inma.

Este mes, precisamente, hace 15 años que le detectaron el cáncer. «Cada vez que tenía sesión de quimioterapia él quería venir al hospital a verme, pero no podía porque era pequeño. Ahora me acompaña cada vez que tengo revisión», cuenta orgullosa.

Esta aragonesa explica que el peso de un cáncer se lleva mejor con el apoyo de la familia, aunque reconoce que, en ocasiones, se calló muchas circunstancias «por no hacer sufrir» a la gente de su alrededor. «En esta enfermedad el enfermo es uno mismo, pero también las personas que están cerca. Y eso hay que cuidarlo. De ahí que yo a veces me guardé algo, porque con la quimio lo pasé muy mal y sufrí mucho. Siempre hay situaciones que una piensa, se plantea, pero no expresa».

Sin rencor

La Asociación Española contra el Cáncer (AECC) en Zaragoza contribuyó a mejorar su autoestima, también la ayuda de un psicólogo. Sin embargo, asegura que «el apoyo familiar al final fue lo más importante», recalca.

Pasado el tiempo, Inma asegura que el cáncer sigue siendo «una espada de Damocles» que todo paciente lleva encima. «No le guardo rencor a la enfermedad. Me lo ha hecho pasar muy mal y cuando entro a la consulta de revisión me dan nervios, me tiembla todo por si vuelve a salir algo, pero siempre digo que si me pasó una vez no me tiene que tocar otra», señala.

Esta aragonesa habla de su hijo con admiración y, de vez en cuando, todavía recuerdan el pasado y las situaciones que tuvieron que afrontar. «Era un crío, un niño de apenas 12 años, que reaccionó de una manera ejemplar. Quizás en ese momento no se valora o una no se da cuenta porque está metida en todo el proceso de la enfermedad, pero siempre fui consciente de que estaba siendo mi gran apoyo», reflexiona.

Inma se siente bien, recuperada, en plena forma. Su voz al otro lado del teléfono es positiva y activa. Porque el cáncer no ha podido con ella. «Puede sonar a tópico, pero me quedo con lo bueno, siempre hay que sacar lo positivo porque lo malo ya sientes que ha llegado. Al final, el tiempo todo lo cura y cuando se pasa por una experiencia como esta se ve todo de otra manera», explica.

Colabora con la AECC, irradía vitalidad y nadie diría que es una mujer marcada por una enfermedad tan cruel. «Es una experiencia de la vida, una etapa de las peores, pero que siempre te enseña», cuenta. La admiración y el orgullo que siente por su hijo Víctor es latente y conforman una pareja de batalla admirable. «Me alegro muchísimo de haberle contado la verdad desde el principio, con sus pros y sus contras, y de haber afrontado la enfermedad a su lado», declara.