El periplo de Javier Rodríguez comenzó el año pasado en Venezuela, su país de origen, cuando este periodista de 38 años decidió abandonar el país por las presiones y amenazas que estaba sufriendo por la información que desvelaba en los medios de comunicación. En un sucinto resumen, el camino que emprendió le llevó de Caracas a Colombia y, de ahí, a Madrid, para concluir en Zaragoza, donde ahora reside. Sin embargo, este recorrido supone mucho más que ubicaciones geográficas.

«Trabajé con el gobierno de Chávez cuando estaba de presidente y tuve acceso a fuentes oficiales, manejaba datos confidenciales del área sanitaria», explica. Ese conocimiento le permitió constatar «que lo que decía el régimen no se ajustaba con la realidad», lo que como profesional le generaba «mucha frustración». «Esa situación fue agravándose con el paso del tiempo. Cuando entra Maduro, resultaba muy difícil de ocultar. Hablábamos de muertes en los hospitales, de los neonatos. Por ejemplo, de 10 partos al día en un centro de salud, ocho críos morían», detalla Rodríguez.

Estas situaciones le llevaron a abandonar su empleo con el régimen y emprender otro camino, lo que desembocó en el principio de las amenazas: «Terminé de trabajar con el gobierno y me fui a otros medios de comunicación porque no me sentía a gusto, no se correspondía con mí ética profesional. En otros medio tuve la oportunidad de difundir esas informaciones y eso generó mucha controversia», detalla.

«A raíz de eso comenzaron las amenazas a mi persona y a la que entonces era mi esposa. Luego fueron amenazas de muerte», indica Rodríguez. Sufrió la persecución de grupos armados afectos al gobierno, que le interceptaban en la calle y que le advertían de que, si no guardaba silencio, lo iba a pagar con su vida. «Viví situaciones de extremo riesgo, estamos hablando de colocarte un arma en la cabeza», asevera.

Relata este periodista que tomó la decisión de encerrarse en casa de su padre, desde donde seguía trabajando, pero esto llevó a que las amenazas para que guardara silencio se trasladaran también a su familia; a su padre e incluso a dos hermanas que padecen síndrome de Down.

Tal peligro le llevó a considerar la opción de abandonar el país, aunque el régimen no se lo puso fácil. «Estaba fichado y sabían mis movimientos. Cuando llegué a Caracas e intenté salir con pasaje, comprado en el aeropuerto, me lo prohibieron», relata. Por ello, apostó poco después por los caminos verdes, pasos fronterizos ilegales entre Colombia y Venezuela donde fue también interceptado por la Guardia Nacional, que le despojó de sus pertenencias. Finalmente, pudo llegar a Colombia y de ahí, a España. Lo decidió en el mismo aeropuerto, al ver que un avión salía hacia Madrid en 8 horas. Allí llegó «con una mano delante y otra detrás» y «muy desorientado». Tras la recomendación de un amigo, eligió Zaragoza, donde ha encontrado una «tranquilidad» que necesitaba y «un futuro» por delante.