Si el presidente de Aragón y el alcalde de Zaragoza dicen que las cosas van bien, sonríen, se estrechan las manos, se abrazan, se reparten flores verbales, coinciden en sesudos análisis económicos y prometen más cosas y mejores para el futuro, hay que ponerse creativo, o ingenioso, para tratar de subirse a lomos del horizonte que pintan las dos principales instituciones de esta tierra. Ayer anunciaron un acuerdo considerable en cuestiones de Hacienda, Urbanismo, Medioambiente o Movilidad y desbloquearon feos asuntos judiciales, pero dejaron en la reserva, entre el misterio y la prudencia, el asunto Romareda, que era el más esperado como casi todos los días. Gobierno y ayuntamiento se abrazan en el camino, dicen, para trazar un recorrido hacia el futuro, que Javier Lambán detuvo en el año 2030.

No lo paró ahí por azar, es la fecha en la que por aquí pueden pasar dos de los grandes acontecimientos deportivos del planeta: el Campeonato del Mundo de fútbol y los Juegos Olímpicos de invierno. «Sería un fracaso colectivo imperdonable» que Zaragoza no tenga «un estadio moderno» que le permitiera ser sede de ese Mundial que, en teoría, organizarían entre España y Portugal. No quiso decir más del campo, el proyecto estrella del Gobierno de Azcón, empeñado en sacar adelante una nueva Romareda seis decenios después. «Se trabaja desde hace tiempo y con los mismos criterios», explicó el alcalde, que se ocupa de ello en el lado del silencio, seguro de que Zaragoza tendrá su coliseo, y que lo tendrá mucho antes del 2030. El año 2023 fue el primero que fijó, y de momento no capitula, aunque los plazos se le echan encima.

Para ese 2030 puede aparecer también el olimpismo en la región si sale adelante y triunfa el proyecto que impulsarían Aragón y Cataluña, en el que sus dos capitales tendrían «un especial protagonismo». Se contaría con Zaragoza, claro, y ese estadio que puede ser «un icono, un referente como lo es en otras ciudades», en palabras de Lambán.

Nueves meses después de las elecciones, casi todo el mundo ha asumido ya que la única manera de financiar un nuevo estadio es la recalificación de suelos. Ocurre que en la DGA hay poca pasta, y en el ayuntamiento casi nada. Así que habrá que abrir el Plan General de Ordenación Urbana, quitarle el polvo y empezar a trabajar. Por ahí van los tiros, independientemente de que los suelos elegidos sean estos o aquellos. Los que son, de momento y a la espera de que se añada algún otro, son los que publicó este diario: el skatepark de Vía Hispanidad y el parque de educación vial de la Policía Local en Violante de Hungría. Ahí, tras la permuta, cabrían más de cuatrocientas viviendas con las que pagar gran parte del estadio, cuyo coste se calcula entre 70 y 90 millones de euros. Es una primera evaluación, nada seguro, de momento no hay ni anteproyecto.

No hay anteproyecto ni proyecto que se vea, pero el tono de Lambán cambió respecto al de la semana pasada, cuando habló de un plan «transparente» y «explicable». Ayer, sin embargo, se refirió a la necesidad de «un estadio moderno» y pidió discreción. «Los acuerdos suelen ser incompatibles con la publicación de las conversaciones», afirmó el presidente, que allanó con su silencio el camino hacia el nuevo campo: «El día que hablemos lo contaremos todos; mientras tanto, nada». Lo dijo porque ya han hablado, y varias veces, pero quieren seguir negociando con las puertas cerradas. La Romareda, por ahora, se construye en silencio.