Suerte que es verano y que, salvo fechas puntuales como las operaciones salida y retorno estivales, la circulación diaria dista mucho de los 13.000 vehículos que suele mover la N-232 de media. Porque desde hace meses los 25 kilómetros en obras de esta carretera nacional se han convertido en una especie de scaléxtric plagado de señales de alerta. prohibido circular a más de 80 km/h, de adelantar o de girar a la izquierda, alerta por la entrada y salida de camiones, precaución por los trabajos junto a la calzada... Una sobredosis de información a consumir en pocos metros y sin perder la atención al volante en un trazado de línea continua.

Así es el día a día de uno de los tramos más peligrosos de la red de carreteras aragonesas que ha dejado de serlo a base de mantener en alerta al conductor y de impedirle casi cualquier maniobra que no sea seguir recto. Casi es más peligroso no estar atento a lo que puede venir desde el arcén que a lo que llega de frente. El trasiego de camiones es constante allí donde los trabajos han recibido una inyección de adrenalina, o de dinero público a fuerza de esperar meses y meses de parón.

El mismo al que han condenado a muchas de las empresas apostadas en este eje carretero que discurre en paralelo a una autopista de peaje en casi todo su recorrido. Parece hasta paradójico que vaya a costar 90 millones de euros hacer una autovía teniendo una vía de alta capacidad a menos de un kilómetro de distancia.

Pero los municipios del eje de la N-232 esperan que esté finalizada su A-68. Llevan muchos años aguardando, como para quejarse por unos meses de parón. Son los paganos de una discusión, la de las UTEs con el ministerio, por una revisión del precio y el proyecto que no tuvieron en cuenta cuando ofertaron un 40% de rebaja. Pero todo va bien mientras haya camiones entrando y saliendo.