La mejor virtud de la soprano Sonsoles Espinosa, madre de Laura y Alba y casada con un político y abogado llamado José Luis Rodríguez Zapatero, es que no se sabe nada de ella que esté relacionado con la actividad de su marido. Me quedo con lo obvio: es una mujer que ronda los 50, con aire cultivado y atractiva por sus gestos inteligentes y una figura estilizada de madre moderna, de las que aparecían sonrientes en las latas de Cola-Cao de cuando yo era pequeño.

Ni siquiera sé cómo suena su voz de soprano en un coro que ataque alguna de las canciones vascas o asturianas que obligan a distinguir a los intérpretes entre ocho voces distintas.

No quiero saber nada más. Sobre todo porque cabe la posibilidad (aunque su cara no dice eso) de que se revele en una entrevista como preocupada esencialmente por los problemas de la infancia o la recuperación de los ludópatas. Esas son actividades que deberían estar prohibidas a las mujeres de izquierdas que se enamoran de políticos vocacionales que hayan triunfado. En su caso, esas tareas fundamentales se convierten en cursilerías impropias de alguien que tiene cara de inteligente y de pasar por ahí. Dejémoslo para Ana Botella y para quienes lo hacen en serio sin haberse casado con alguien famoso.

Sí me parece importante algo que tiene que ver con la izquierda, pero que quizá con lo que tiene que ver es con la clase (la personal). Algo que inauguró Carmen Romero. Sonsoles Espinosa no aparece en actos políticos vestida de señora de . Cuando va con él, parece que es porque están felizmente casados, no porque sea la mujer del secretario general.

Y es muy probable, por esa razón, que siempre la conozcamos como Sonsoles Espinosa, y no sepamos nada de ella más que lo de cantar en coros. Quizás, en la intimidad, algún lieder. En realidad, me puede el morbo: ¿podré escucharle interpretar una de esas piezas? La comida la hago yo. O mi señora, que no tiene tantos prejuicios y va conmigo a donde se le antoja.