Calles sucias, andar sorteando cacas de perro, orín adornando fachadas y puertas de garaje, chicles en las baldosas o en los bancos donde sentarse... Son tantos los actos incívicos que componen el día a día de los ciudadanos que a veces se olvida que cada una de estas maldades cotidianas tienen detrás un responsable. A veces incluso al propio responsable se le olvida que lo es -o lo puede ser si le pillan in fraganti-. Pero casi siempre se pasa por alto que es la administración y sus impuestos los que financian las consecuencias y costean esa especie de subvención a su penitencia.

La factura, además, no es poca cosa. Zaragoza se gasta cada año 1.414.327,49 euros en limpiar todo lo que otros manchan, en retirar grafitos que afean edificios, monumentos, esculturas y también bancos, papeleras, marquesinas... Porque no hay superficie que se resista a quienes utilizan el espacio de todos, el mobiliario y todos los elementos de la escena urbana como el patio de su recreo particular.

Ese dinero se destina solo a plazas y calles. En los parques, donde se concentran buena parte de los monumentos y bustos es otra historia aparte. De hecho, ni siquiera los adecentan los mismos servicios. De estos últimos se encargan los operarios de la contrata del mantenimiento de las zonas verdes, de todo lo demás, la de limpieza viaria. Cada día, la empresa que gestiona ese lavado de cara, FCC, dedica 11 equipos de limpieza de pintadas. Y son grupos específicos porque el volumen de trabajo es importante, se dividen la ciudad en sectores y actúan por zonas en función de las alertas ciudadanas y del ayuntamiento que reciben.

Un total de 13 operarios que son los que conducen y manejan los vehículos y 11 peones que van a pie, solo para recuperar lo que otros han ensuciado. Ya sea de orín, de pintura de aerosol o de excrementos (y no solo de mascotas), desaparecen y reaparecen como por arte de magia. Y es una tendencia tan constante que el presupuesto para combatirlo se mantiene invariable desde hace muchos años en Zaragoza. Porque la empresa factura por horas de trabajo, no por daño reparado.

Lo peor es que hay pintadas que parecen haber llegado para quedarse. Que siguen en su sitio desde hace mucho tiempo y que casi ya ni alertan a nadie porque para los vecinos la novedad sería ver limpia esa pared o ese banco de su barrio. Como si ese peaje por convivir con los incívicos fuera una subvención a su entretenimiento.