«El problema de un ERE no es la gente que se va, sino la que se queda». Esta es la reflexión de un trabajador del sector de banca, que es extensiva al resto de compañeros. Porque, en términos generales, los empleados que han salido de las entidades financieras en los últimos años lo han hecho a una avanzada edad y con unas indemnizaciones más que razonables. Sin embargo, quienes han permanecido al pie de oficina se han encontrado con un incremento de la carga de trabajo y con un mayor descontento de los clientes, que, en muchos casos, se han tenido que acostumbrar al uso de la banca on line.

«Los cierres han supuesto más carga de trabajo porque se absorben las tareas de otras oficinas, hay más presión por parte de la clientela y un aumento del absentismo por estrés y ansiedad». Lo dice Rubén, empleado de Ibercaja, que utiliza este nombre ficticio para dar detalles de cómo es el día a día de los empleados de banca. Él tiene 50 años, trabaja en un puesto de caja y lleva 34 en el banco aragonés.

«¿El futuro? Pues lo veo negro, realmente, porque el cierre de oficinas es directamente proporcional al grado de enfado de los clientes», destaca Rubén, que subraya la meteórica transformación que está experimentando este negocio durante los últimos años.

El principal problema al que se enfrenta él y sus compañeros es el aumento de la conflictividad con el cliente. «Los bancos están tratando de desviar las operaciones al canal digital, pero en algunos casos la gente no quiere o no puede», afirma este empleado de banca. Limitar las extracciones de dinero y operar a través de la red son algunas de las cuestiones que generan conflicto, a las que hay que añadir el malestar por las comisiones bancarias y el cobro por prestaciones de algunos servicios.

RENTABILIZAR EL EMPLEO

Estos cambios se traducen en el reemplazo de trabajadores con un perfil más administrativo por otros con uno más comercial. «La gente joven que se incorpora a caja tiene claro que entra para cuatro días», señala Sandra (nombre ficticio), otra empleada de Ibercaja que lleva 27 años en la entidad.

Es la estrategia de la banca, que busca rentabilizar sus puestos de trabajo con perfiles más orientados a la comercialización de productos como fondos de inversión, planes de pensiones y seguros, entre otros. Esta actividad, las operaciones con empresas y la banca privada se han convertido en uno de los nichos de mercado que se salvan de los márgenes raquíticos o nulos que hoy tiene el sector financiero.

Como contrapartida se ha producido una devaluación salarial consistente en el reemplazo de gente mayor con antigüedad y mejores salarios por trabajadores jóvenes que vienen a cobrar alrededor de mil euros netos al mes. Es la realidad de quienes se incorporan ahora al sector.

¿MÁS AJUSTES A LA VISTA?

Sea como fuere, el final de los ajustes de plantilla en el sector financiero no se vislumbra. Ni mucho menos. Lo saben los propios trabajadores, que han sido las principales víctimas de los expedientes de regulación de empleo que han asolado al sector, pero también los clientes.

Aragón suma poco más de mil oficinas bancarias, aunque en diciembre del 2008 tenía 1.796, según los últimos datos publicados por el Banco de España correspondientes al pasado septiembre. Es decir, han cerrado casi 800 en los últimos 12 años, la mitad de las que operaban y los empleos perdidos se cuentan por miles.

Otro efecto de los cierres es la exclusión financiera en el medio rural. Un total de 418 municipios aragoneses carecen de una oficina bancaria, lo que supone que el 4,4% de la población de la comunidad (48.000 personas) no dispone de este servicio en su lugar de residencia, según un informe de la federación sindical FINE. Hay 35 localidades aragonesas más que en el 2008 en esta situación.