La pregunta sería esta : ¿qué futuro le espera a la televisión en la era de la tableta y el teléfono inteligente, los portátiles y los portables? Sabemos, desde hace tiempo, que se consume mucha televisión fuera de la madriguera, por internet, a través de otras pantallas. Sabemos también que las audiencias de televisión viven a caballo de una falla generacional desde el momento en que los nativos digitales, aprovechando la oportunidad que les ofrecía la tecnología, decidieron huir del despotismo de las parrillas al grito de: "Queremos ver lo que queramos, donde queramos, cuando queramos y tantas veces como queramos".

Hasta ahora se creía que era la oferta la que creaba la demanda en televisión y los programadores de las cadenas tradicionales, como neodéspotas ilustrados, decidían qué teníamos que ver, qué día y a qué hora, y cuántas veces lo veríamos. Lo que han posibilitado los nuevos ingenios tecnológicos es la democratización del consumo televisivo.

La pantalla del televisor sigue siendo la más grande de casa y sigue siendo atractiva, incluso para los jóvenes, sobre todo por lo que se denomina "experiencias de visionado", colectivas o individuales. Es insustituible cuando se juega una final, se emite el último capítulo de la temporada de una teleserie, o se retransmite en directo según qué evento de actualidad .

Pero la vida moderna (todo el mundo tan ajetreado) ha llevado a la fragmentación del consumo televisivo: las emisiones se ven no solo en directo, sino en diferido (grabación doméstica, podcast o televisión a la carta) y se compagina el visionado (en directo y en diferido) con el uso simultáneo de portátiles, tabletas y teléfonos inteligentes. Se calcula que los televidentes multitarea son ya más de un 60% del total, en mercados televisivos maduros como EEUU. El propio aparato está cambiando en este sentido: los televisores híbridos ya permiten acceder a contenidos a la carta vía internet y gestionarlos con un teléfono inteligente.

Que se tambalee el mundo de los ejecutivos de las cadenas de televisión no es solo culpa de la tecnología, aunque tenga mucho que ver. El auténtico seísmo lo ha provocado el ascenso del usuario: es él quien tiene las herramientas en la mano que le permiten elegir qué quiere, donde quiere, cuando quiere y cuantas veces quiere, y es él quien provoca que los servicios on demand como Netflix le ofrezcan contenidos personalizados. Es él quien se convierte al mismo tiempo en distribuidor de contenidos a través de las redes sociales y también es él quien, equipado con hardware y software de alto rendimiento, se transforma en productor de contenidos y entra en competencia con los servicios informativos de televisión tradicionales.

A todo esto se añade problemas graves de financiación: a más fragmentación de la atención de los usuarios, menos inversión publicitaria (prácticamente la única fuente de ingresos de las cadenas).

El futuro de la televisión está, más que nunca, en las manos de los usuarios. Pero también de importantes recién llegados: los Amazon, Google, Apple y todos aquellos que entienden las oportunidades que genera la situación. Entre los cuales, en un lugar destacado, las operadoras de telefonía que son, según diversos analistas, las que acabarán cortando el bacalao .

Y ante todo esto, ¿qué hacen las cadenas de televisión tradicionales? Las que han tenido más visión de futuro, como la BBC, se han dotado de un proyecto, han elaborado una estrategia y ya hace tiempo que se están posicionando en el nuevo panorama mediático sobre la base de sus valores reconocidos (el oficio, la creatividad, el criterio editorial, la producción exquisita), redefiniendo su alcance como servicio público y aliándose con British Telecom para ofrecer sus contenidos por todas las vías y en todos los dispositivos. Han entendido que el ascenso del usuario requiere modelos de negocio construidos alrededor de sus necesidades y no las del canal, de la corporación a la que pertenece o de los anunciantes. Las que no han tenido esta visión de futuro, como nuestras cadenas públicas, así les va. La evolución no perdona.