Ocurre siempre con el nuevo entrenador. Todos tienen algo que demostrar. Los que no jugaban ven una puerta abierta y desean reivindicarse. Los que lo hacían habitualmente quieren demostrar que el antiguo técnico no se equivocaba con ellos. Como, además, el recién llegado en tiempos de crisis aplica la terapia de la sonrisa y apuesta siempre por un primer entrenamiento lleno de ánimos hacia la plantilla y elige un trabajo ameno y divertido, el ambiente resulta muy diferente que en el día anterior. Con Víctor el guión se cumplió a rajatabla nada más enfundarse el chándal como preparador del Zaragoza por primera vez poco antes de las cuatro de la tarde.

Lo primero que hizo el técnico, para empezar a cumplir con lo previsto, es hablar con la plantilla junto a sus ayudantes, Longhi y Lapuente. Antes habían estado los tres en la charla junto a Soláns y Pardeza, que tardó unos minutos más que el presidente en abandonar el vestuario. Víctor intentó infundir ánimos, hacer ver al grupo que es capaz de revertir una situación complicada --si no lo fuera, él no estaría aquí-- y, 25 minutos después, dispuso una sesión corta y suave para los titulares frente al Deportivo y algo más larga para el resto, incluido Juanele, y sin los lesionados Toledo y Soriano.

Alegría en el frío

Cierto es que el frío y el viento no invitaban a la alegría, pero Víctor quiso que el balón fuera el protagonista desde el primer momento. Dividió a sus jugadores en dos equipos y se trataba de marcar en la portería rival estableciendo una serie de dificultades --a veces no se podía correr, otras se jugaba con la mano y había que pasar el esférico por debajo del muslo o saltando...--. El caso es que el original trabajo, que duró una media hora, desató las sonrisas del grupo y también de los 30 aficionados que presenciaban la sesión, entre los que ya no estaba Soláns, que sólo contempló poco más de diez minutos de la misma.

"Buscar el gol chavales, buscar el gol". Fue la consigna más repetida por un Víctor mucho más dialogante que Flores en el trabajo. Si el anterior técnico apostaba muchas veces por dejar hacer y corregir después, éste es mucho más protagonista en las sesiones, prefiere la conversación continua, el ánimo constante, sea cual sea el ejercicio. Son métodos diferentes, igual de válidos si después se respaldan con triunfos.

Cincuenta minutos duró la presencia sobre el césped de los titulares en Riazor. El resto trabajó la presión con un rondo con el técnico, que después dispuso sesión de remate de sus jugadores con centros desde las bandas --"No veo goles", les decía cuando el balón tardaba más de tres jugadas en besar la red-- y un partidillo a medio campo. En total, una hora y media de faena.

Y queda dicho que hubo más alegría y hasta mayor ánimo. Pero eso pasa siempre con un técnico nuevo. El cambio verdadero está en los jugadores y se debe dar ahora en forma de resultados. "Nosotros tenemos que hacer un mea culpa. Si seguimos así, sea el entrenador que sea, será difícil salir adelante. Debemos cambiar y cuanto antes", reconoció Milito. De ellos depende.