No tienen ya nada que perder, tan sólo la escasa confianza que aún conservan en un sistema que durante un año ha jugado con sus emociones más íntimas. Unas sensaciones que han hecho tambalearse todas sus costumbres y que les han llevado a dejar de ser ciudadanos normales para convertirse en activistas en busca de justicia.

Apenas han dormido cinco horas. A las ocho y cuarto de la mañana, un primer autobús recoge a la mitad de los familiares que pretenden someterse a pruebas de ADN en el Instituto Toxicológico de Estambul. Aunque en total son 37 tests, el destino ha vuelto a dibujarles una mueca macabra. 62 familiares --el mismo número de soldados que fallecieron en el accidente aéreo del Yak-42-- han viajado a Turquía en busca de los restos mortales de los suyos.

Mientras los responsables del Ministerio de Defensa tratan de organizar el orden de las pruebas, las lágrimas asoman por las mejillas de algunos familiares. Todos ellos portan en sus manos los libros de familia, las necropsias y los certificados de defunción de sus seres queridos. "Nunca creí que llegaría este momento", comenta Antonio a su esposa.

Antes de llegar a las consultas, todos los familiares cruzan un cuarto repleto de personas cuyas miradas se pierden en el vacío. Margarita Pérez es la primera en salir del instituto. Perdió a su marido, el brigada César Barciela, en el siniestro. El de ella es uno de los 30 casos en los que el equipo médico español no reconoció correctamente el cadáver. Emocionada, asegura que sólo aspira a tener los restos de su esposo junto a los de su padre en el cementerio de San Esteban del Valle, un pequeño pueblo de Avila. "Unicamente deseo saber que sus huesos descansan donde él quería y que su alma vaya a donde tenga que ir", afirma mientras trata de contener el llanto.

Poco a poco sale el resto del grupo. María Amparo Gil, madre del sargento Francisco J. Cardona, asegura que no descansará hasta que le entreguen el cuerpo de su hijo, otro de los fallecidos. Su marido, Francisco, la cubre con su brazo cuando las palabras se difuminan para convertirse en gesto de impotencia. "Nadie puede salir de rositas después de algo así. Tengo toda la vida por delante para que los culpables paguen por lo sucedido. Nos sentimos vilmente engañados y maltratados", denuncia el cabeza de familia con vigor e indignación. "Federico Trillo deberá responder ante una comisión de investigación o ante un juzgado, si realmente es un hombre con moral", concluye al tiempo que destaca "el cambio de talante" que el nuevo equipo de Defensa ha demostrado en sus primeras semanas al frente del ministerio.

Más sereno se muestra José Luis González Castilla, quien perdió a su hermano Ignacio en la tragedia. Con gran convicción destaca la oportunidad que se le presenta al Gobierno socialista para "dar una lección de democracia públicamente". "El ministerio debería demostrar a toda España hasta dónde hay que llegar en un caso como éste para que se conozca la verdad", subraya.

Cuando unos regresan al hotel President para abandonar durante un par de horas su tristeza bajo el calor de los ciudadanos de Estambul, sus mercadillos y su fragor callejero, otros llegan al centro forense. Ana Ochoa, viuda de hecho del sargento primero Miguel Angel Algaba, ha acudido con el hermano de su pareja, que es el encargado de ceder su sangre. "Sólo quiero que el cuerpo de Miguel Angel no esté en Ucrania confundido con el de un miembro de la tripulación", asiente Ochoa.

A su lado, José Luis Jiménez, que vio cómo su hermano dejaba esposa y dos niños de 9 y 7 años, estima necesario que el Gobierno "depure responsabilidades". Aunque parezca extraño, Jiménez se apoya en los pequeños para no decaer: "Son ellos los que tiran de los demás".

A las tres y cuarto de la tarde, dos autobuses trasladan a todas las familias al aeropuerto Ataturk de Estambul. El fugaz y obligado viaje a la antigua Constantinopla llega a su fin. Menos de 24 horas en las que la tierra que pisan y bajo la cual descansan los suyos ha vuelto a agitarse como si de una sacudida sísmica se tratara. El futuro depende ahora de un pequeño sobre de papel. La sangre de los vivos y las víctimas se unirá por última vez, bien para obtener el ansiado descanso, bien para iniciar una lucha contra quienes un día olvidaron el significado de la palabra persona.