El cielo supo que la Expo será zaragozana por el grito unánime de alegría que lanzó la plaza del Pilar. Miles de brazos en alto, enviando hacia arriba un gigantesco y ensordecedor que dejó en un susurro la voz del presidente del BIE confirmando que, en efecto, la muestra era para "Espagne". Para "Saragosse". A partir de ahí, Jianmin Wu podría haber estado diciendo que el sol sale por el oeste. Daba igual. Ni se le oía ni se le quería oír. Sólo había tiempo para tocarse, abrazarse en masa, sonreír y llorar. Y para despegar los pies del suelo en ese intento feliz de llevar la victoria al cielo.

Hacía un frío que hubiera desmoralizado a cualquiera. Y más después de dos horas de espera inquieta e incierta sin noticias de París, más allá de las especulaciones y las frases de esperanza que se escuchaban en la pantalla gigante y en los grandes altavoces del escenario. Pero los ciudadanos habían aguantado estoicamente un atardecer en el que la temperatura bajaba mucho más deprisa de lo que corría el tiempo.

Seguían firmes los brazos en alto, girando desde el escenario que había dicho que --delante de la fuente de Goya-- hasta el ayuntamiento, donde se habían encendido unas luces blancas con la leyenda ZH2O. Expo 2008. Felicidades Zaragoza . Todos al unísono: una vuelta más, un giro más para ver los fuegos artificiales que se elevaban desde el otro extremo de la plaza.

Saltos y más saltos y más saltos. Y gritos y más gritos y más gritos. Y pequeños globos rojos que aplaudían al chocar unos con otros en un atronador clap, clap, clap . Acabados los fuegos, desde el edificio del consistorio sonó el Aleluya de Haendel. Y cierto desconcierto: toda la plaza pareció preguntarse de golpe por qué sonaba esa pieza. Seguro que más de uno esperaba escuchar la voz de Freddy Mercury entonando We are the champions .

Pero eso también dio igual. Para los varios miles de personas que estaban en el corazón de la ciudad la derrota era impensable. De hecho, el escaso tiempo que transcurrió entre la primera y la segunda votación en París se convirtió en inexistente en Zaragoza. Se había ganado y punto.

La emoción era contagiosa. Incluso para quien miraba escéptico desde el cielo . La calle era un abrazo. Una lágrima enorme de alegría desbordada. Los niños lanzaban los gritos más entusiastas, desconocedores aún de la trascendencia de lo que se ha logrado.

En uno de los balcones del ayuntamiento, Sergio encendía un puro. Lo había traído para fumárselo en caso de victoria. Aunque también iba a sacarlo del bolsillo si se perdía. "No me va a saber igual", garantizó con una amplia sonrisa al encenderlo. Funcionarios y políticos se embarcaron en el júbilo de la plaza, sin saber si llorar o mantener esa sonrisa del que todavía no acaba de creerse lo que ha pasado.

Concejales de los diferentes partidos brindaban con un fondo de estrépito. Aplaudían desde el balcón o se ponían a saltar. Los móviles se adueñaron de la escena. "Es nuestraaaaaa". Algunos no sabían dónde mirar o a quién besar. Daba igual.

Pasa a la página siguiente