La creencia en la resurrección tras la muerte ha estado siempre presente en las más importantes civilizaciones de la Humanidad, comenzando por la del antiguo Egipto. De hecho, las pirámides fueron concebidas como monumentales mausoleos para acoger los restos mortales de los divinizados faraones, en la certeza de su resurrección. De ahí que, para acompañar al faraón durante su peregrinaje en la otra vida, se depositasen junto a su tumba infinidad de ofrendas de las que se pudiera servir en el más allá.

La mitología griega convirtió a la muerte en hija de la noche, y hermana del sueño. De este modo, la iconografía helénica empezó a representar la muerte como una figura que caminaba hacia el Tártaro, es decir, hacia las puertas del infierno.

Durante el Imperio romano el culto a los muertos se había consolidado en el temor a los espíritus de los difuntos. A sus almas se las consideraba como peligrosas, al ser potencialmente maléficas para los vivos. Por ello, era necesario cumplir con ciertos ritos con los que aplacar sus iras y apagar sus rencores. Los romanos honraban a sus muertos en sus casas, haciendo bustos o figurillas que los recordaban, las cuales presidían pequeños altares, que recibían el nombre de "manes", y a ellos se les ofrecían flores e incluso alimentos, en los aniversarios de su nacimiento y muerte.

Pero también los pueblos celtas manifestaron su creencia en la otra vida y rindieron culto y veneración a las personas difuntas, ya que la religión celta consideraba que los espíritus de los muertos podían volver al mundo de los vivos, y éstos a su vez, podían ir al de los muertos. Por eso una de sus principales celebraciones a lo largo del año era la celebración de la festividad del Samhain (final del verano), que tenía lugar durante los últimos días de octubre y los primeros de noviembre. Se cree que el Cristianismo incorporó esta fiesta, asignándole el nombre de festividad de la Víspera de Todos los Santos, instituida por el papa Gregorio III en el año 731. En la noche celta del Samahin había que tapar las chimeneas de las casas para que los espíritus no pudieran entrar por ellas para hacer daño a sus moradores. Esta era también una noche festiva en la que se jugaba, se contaban historias de héroes y se disfrutaba del último gran banquete antes del invierno.

DURANTE la Edad Media, y sobre todo ante el temor generalizado de las naciones de Europa de que llegado el año 1000, se consumaría el fin del mundo, y llegaría la hora del Juicio Final, a partir del siglo XI, las alusiones a la muerte, serán generalizadas en el mundo del arte. Pero quizás las más significativas sean las pinturas que representan la Danza Macabra, palabra derivada del árabe Magbarah --campo santo--. Se trataba de una ceremonia alegórica, que se interpretaba en fechas determinadas del año, y en la que la muerte bailaba con hombres y mujeres de toda condición y clase social.

Ya, a partir del siglo XVI, con el desarrollo a gran escala de las navegaciones transoceánicas, la muerte fue el símbolo elegido por los bucaneros. La Jolly Roger, la bandera pirata, habría tenido como fuente de inspiración las tibias y la calavera, labradas en piedra, que erigidas sobre una columna, se encuentran ante la fachada de la iglesia, del siglo XVI, de San Nicolás, en Deptford, ciudad próxima a Londres. Asimismo hay que constatar que la muerte ha sido desde siempre fuente de inspiración esencial de las grandes obras y autores literarios. Es el caso de Dante (1265-1321) autor de las dantescas imágenes del Infierno, que plasmó en La Divina Comedia. Asimismo, el de la muerte es tema muy recurrente en los dramas de Shakespeare (1564-1616). Así se refiere a ella el célebre escritor inglés en su obra La tempestad: "La fiesta terminó... Los espléndidos palacios, los sanos templos, y el planeta mismo, se acabarán, y cuantos de él disfrutan... Formados somos de la misma materia que los sueños y un sueño circunda nuestra vida".

RECORDAR la pérdida de nuestros seres queridos es siempre causa de dolor y tristeza, que en algunas culturas se manifiesta, no obstante, con alegría. Así ocurre en los velorios, que aún se celebran en muchas naciones de Centroamérica, especialmente en Guatemala. Los velorios tenían lugar en la misma casa del difunto, a quien se colocaba, con su ataúd abierto, en medio de la habitación principal, rodeado de velas encendidas. Y con el finado de cuerpo presente, familiares y amigos se divertían, disfrutaban de un gran banquete, bebían, cantaban y bailaban para despedir y acompañar con alegría a la persona muerta en su tránsito a la nueva vida.

La celebración de Halloween tendría su origen en una muy antigua y curiosa leyenda irlandesa, según la cual, un personaje de vida oscura, llamado Jack The Larten, una vez muerto, llegó hasta las puertas del infierno, donde el diablo, no sabiendo qué hacer con su alma, le arrojó un tizón ardiendo. Jack metió el tizón en un nabo y lo utilizó como tea, en busca de su destino, vagando así por el mundo etéreo de los espíritus. Y es así como, rememorando esta más que milenaria leyenda irlandesa, los niños salen casa por casa, en la víspera de Todos los Santos, pidiendo dulces y regalos gritando la consigna: trick or treat (dulce o travesura), generalizado ya con el popular "truco o trato".

Pero esta tradición de pedir por las casas, también es antigua, y respondería a la legendaria costumbre de los pueblos celtas, que en la noche de Samhain, hacían salir a los niños a pedir casa por casa, en demanda de víveres con los que celebrar el gran banquete final del invierno. La traslación cristiana de estos actos se plasmó en la demanda de oraciones, para que con las preces de los familiares de los difuntos, estos pudiesen abandonar su peregrinaje por el Purgatorio y alcanzar el Cielo.