La nota apareció pegada en la puerta de un coche patrulla. Estaba escrita en catalán y decía: «Gracias Mossos, id con cuidado». Ese trozo de papel anónimo, de preocupación y agradecimiento a los agentes de la policía catalana, era impensable antes del 17 de agosto. Pero el desembarco de asesinos yihadistas en el centro de Barcelona ha hecho que los ciudadanos dejen de reducir los policías a simples funcionarios que ponen multas o disuelven manifestaciones. Ahora también son percibidos como un escudo protector de la barbarie.

Dos han sido los episodios que han marcado la diferencia. El primero en Cambrils cuando una agente fue atropellada por el coche en el que viajaban cinco yihadistas y su compañero abatió, en solitario, a cuatro de ellos. Pretendían llevar a cabo una masacre allí, posiblemente acuchillando a cuantas personas les resultara posible, y un policía se lo impidió.

Agentes de paisano terminaron el trabajo dando caza al último en una secuencia salvaje de tiros contra un yihadista que se encomendaba a Alá y que se negaba a fallecer. La mossa herida no era la primera mujer atropellada en los atentados. Era la segunda. En la Diagonal otra agente se interpuso en el camino del coche de Younes Abouyaaqoub -el terrorista de la Rambla- cuando huía y este la arrolló y le partió el fémur.

El segundo episodio fue en Subirats, cuando dos agentes fueron al encuentro del fugado Abouyaaqoub, la pesadilla que mantenía en vilo a toda la sociedad catalana, y lo mataron mientras este corría hacia ellos con un supuesto cinturón de explosivos y armado con cuchillos.

LA COMUNICACIÓN

Los atentados del 17-A convirtieron Barcelona en el centro del mundo occidental. La presión para los policías era enorme, porque los medios nacionales e internacionales necesitaban confirmar cuanto antes qué había ocurrido, quién había sido y si quedaban terroristas por encontrar. La estrategia comunicativa se articuló en dos canales: el Twitter de los Mossos y las ruedas de prensa.

En el primero el flujo de información era constante y abierto al público. Era una vía que prescindía de los periodistas para informar. En las comparecencias públicas se ha adoptado un modelo opuesto al del 11-M, en el 2004. Entonces el portavoz fue un político, el ministro Ángel Acebes del PP, que eligió, partiendo de los intereses de su partido, la información que se daba. Para el 17-A se ha optado por un modelo más similar al anglosajón, en el que los políticos delegan en los técnicos. El elegido fue el jefe de los Mossos, el mayor Josep Lluís Trapero.

El protagonismo de Trapero en cada una de las comparecencias no ha admitido ninguna discusión. La estrategia del gabinete policial de comunicación, liderado por la periodista Patricia Plaja, ha sido la de cerrar filas para que solo se escapara la información que ellos dieran por contrastada. Trapero actuó del mismo modo, distinguiendo entre lo que sabían y lo que no sabían, con total transparencia. No hubo ninguna conjetura. Ninguna afirmación que no estuviera sustenada sobre las evidencias que recogían sobre el terreno los investigadores.

Trapero, criado en Santa Coloma de Gramenet, ingresó en la Escuela de Seguridad Pública de Cataluña en 1989 y se estrenó como agente raso en la comisaría de Gerona.

Con formación en criminalidad informática, financiación del terrorismo y un curso en el FBI, Trapero es licenciado en Derecho y ha estado casi siempre desempeñando funciones de investigador criminal. Por esto último elegirle a él como portavoz, durante la crisis, ha logrado transmitir la tranquilidad de alguien que sabe de lo que habla. Él comenzó de investigador en las unidades territoriales y acabó en la dirección de la comisaría general de investigación antes de ser el jefe de los Mossos.

A pesar de que con los periodistas mantiene una relación díscola, a menudo por culpa de un carácter fuerte que reacciona volcánicamente ante algunas críticas, durante todas las ruedas de prensa se ha destapado como un comunicador honrado, precisamente porque ha reconocido lo que no sabía. El incidente con un corresponsal holandés ha disparado su popularidad en el entorno independentista. Cuando el redactor extranjero le afeó que usara el catalán y, acto seguido, abandonó la sala en protesta, el mayor le despidió con una frase campechana, poco académica, que ha sido tendencia en las redes sociales: «Bueno, pues molt bé, pues adiós».

La figura de Trapero había despertado dentro de los Mossos algunos sentimientos tan contrapuestos como los que hasta la fecha el cuerpo catalán había suscitado entre los ciudadanos a los que sirve. De la crisis del 17-A, tanto Trapero como los Mossos salen reforzados.