Incluso la muerte se baila, y no me refiero solo a la representación de la danza en los sarcófagos, sino a la coreografía de los vivos que se lamentan. Hoy nuestra danza es un lamento por la muerte de María de Ávila. Bailarina y maestra de danza. Brindémosle nuestro mejor baile, porque bailar es para estar juntos. Pudimos celebrar con ella sus éxitos, la homenajeamos siempre, y ahora, bailamos con ella, cuando ya no está. Porque incluso la muerte se baila, mucho más la de María Dolores Gómez de Ávila, nuestra María de Ávila, que nació queriendo bailar, con una pasión que le duró toda la vida y le ha de durar más allá de la vida.

Nada da más beneficios a una ciudad que la gratitud y el reconocimiento que esta dispensa a sus mujeres y hombres ilustres, porque estos llegan hasta el último rincón del mundo y hasta allí trasladan sus valores humanos, morales, artísticos, científicos, unidos al nombre de la ciudad a la que se sienten estrechamente vinculados. Por eso, el nombre de Zaragoza está identificado para siempre con la danza, con la máxima expresión de calidad de la danza. La Escuela de Zaragoza de danza, un proyecto que nació en 1954, cuando María de Ávila ya había dejado sus días de gloria como bailarina, ha llegado a todo el mundo gracias al trabajo de quien ha sido considerada por todos "maestra de danza", una maestra que supo arraigar en sus alumnos la esencia del baile. Transmitía la sabiduría de la danza. Sabía inculcar una calidad técnica que daba la máxima seguridad a quienes la seguían. Y eso creaba en los bailarines un sello inconfundible: la Escuela de Zaragoza.

Para entender a María de Ávila en toda su dimensión es necesario entender íntimamente qué significa la danza, un arte que nos emociona porque, como decía Bergamín, transfigura el deseo o el miedo. No hay ciencia que estudie la condición humana, sea en la dimensión que sea, que pueda prescindir de la danza. Como rito de vida y de muerte. Como rito compartido. De ahí, tal vez, la profunda dimensión humana de María de Ávila, que le llevó a vincularse con la mayor generosidad a proyectos que tenían más que ver con lo colectivo, con los otros, que con su propio interés. Aunque, es justo reconocerlo, su mayor interés era contagiar la misma pasión que ella sentía por la danza.

Su muerte no es el punto final de una carrera humana y profesional brillantísima, sino otra nueva oportunidad para que los zaragozanos le expresemos nuestro reconocimiento y gratitud por su profunda vinculación con esta ciudad que le concedió la Medalla de Oro en 1982. La ciudad de Zaragoza supo reconocer pronto los méritos de María de Ávila con esta medalla, a la que se unirían después numerosas y merecidas distinciones. Pero siempre, en el origen, Zaragoza.

La danza y Zaragoza seguirán siempre unidos en el imaginario de medio mundo gracias al trabajo de María de Ávila y de sus numerosos alumnos que han sido, en diferentes generaciones, primeras figuras de la danza internacional. Al recordar, de nuevo, la generosidad y pasión con que María de Ávila vivió la danza, la generosidad y pasión con que se sentía zaragozana, quiero manifestar el profundo pesar que todos sus conciudadanos sienten por su pérdida y renovar el agradecimiento con el que Zaragoza ha de conmemorar siempre su figura.

Y, sobre todo, recordar la mejor de sus enseñanzas: se baila para estar juntos.