Hubo un tiempo en el que los partidos políticos llenaban las plazas de toros. El goyesco ruedo de La Misericordia de Zaragoza vio salir a hombros a políticos que ya forman parte de la historia de España: Enrique Tierno Galván, Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy o José María Aznar. Abarrotaron el coso taurino y dejaron a cientos de personas en la calle. Hoy, esa plaza que cada vez ve menos corridas tampoco verá nunca a Pablo Iglesias, Pablo Casado, Pedro Sánchez o Albert Rivera. Ahora, si llenan un cine o una cafetería, los organizadores de sus campañas se sienten ya satisfechos.

Las campañas de banderitas de partido han pasado a mayor gloria. Ahora los políticos no van a las plazas pero los toreros sí van al Congreso. Los tiempos están cambiando, que diría Bob Dylan. Y dicen que siempre cambian a mejor, aunque a veces ciertos comportamientos puedan poner esto en duda. Ahora, como en Estella, algunos quieren las plazas para que meen los perros.

Esta campaña ha tenido pocos primeros espadas procedentes de la ciudad que cobija Las Ventas. El PSOE ha traído a Carmen Calvo, Beatriz Corredor o Cristina Narbona, o Margarita Robles, exministras, y el PP ha traído a García-Margallo y Dolors Montserrat, también exministros, y al torero, este de espada y muleta, Miguel Abellán, a Teruel; Cs trae a Marcos de Quinto, el talento de la Coca-Cola. Y vino Pablo Casado, pero a defender la Semana Santa, en Viernes Santo. Podemos no necesita traer a nadie porque ya tiene a Pablo Echenique, figura nacional y figura local. Tan pronto aparece en el barrio del Gancho como en alguna televisión de la cloaca. Es el político que más kilómetros es capaz de recorrer en un solo día para difundir su mensaje político. El resto de candidatos vino antes de la campaña y ya dieron los deberes por cumplidos. Total, no son tiempos de llenar la plaza de toros.

Los dirigentes que han venido a la campaña han hecho visitas sectoriales y pequeñas declaraciones a los medios, un pequeño espacio para recoger el mensaje que quieren transmitir y tener las imágenes necesarias para cubrir los segundos pactados por la tele pública. Pasean por la calle sin grandes comitivas y solo algún viandante despistado les mira.

Las campañas, por tanto, ya no se hacen en el albero. Las primeras campañas desataban un fervor popular y este, poco a poco, se ha ido desinflando. Hoy hay muchos más canales de comunicación para transmitir los mensajes, y los ciudadanos ya creen que ahora las campañas no duran 15 días, sino cuatro años. De hecho, el Congreso es ya de por sí una continua campaña electoral en la que mientras tanto se redactan importantes leyes y se debaten numerosas iniciativas. Concretamente, en estos dos años y medio de extraña legislatura, más de 62.000. Y aún así, un gran número de personas piensan que los políticos no hacen nada. Será precisamente porque se nos traslada el minuto de oro de los exabruptos de tribuna o los jetas que se piran al bar. Por desgracia, la anécdota siempre luce más que lo verdaderamente sustancial.