Si se tratara de una investigación policial, bien podría haber sido bautizada como Operación mitra. Pero como se ha demostrado una trama eclesiástica, urdida y cocida por un sector de la Iglesia local y cierta ayuda exterior, podría tratarse de un Vatileaks maño.

Hay quienes sitúan el primer asalto a la sede arzobispal de Zaragoza el mismo día en que el valenciano Manuel Ureña fue nombrado para ocuparla. Su antecesor, Elías Yanes, quería que le sucediera Juan José Omella, que había sido su obispo auxiliar mientras él se ocupaba de la Conferencia Episcopal Española (CEE), prelado de Logroño desde hacía menos de un año. Pero ni la Nunciatura ni Roma compartían la opinión y el mismo día que firmó la bula del nombramiento de Ureña (2/4/05), el papa Juan Pablo II murió.

Ureña estuvo a punto de renunciar y tardó varios meses en tomar posesión, al parecer porque Yanes, que ejercía de administrador apostólico, no acababa de irse del palacio.

El nuevo arzobispo llegaba a Zaragoza con fecha de caducidad porque la CEE, presidida por el cardenal Antonio María Rouco, tenía decidido que fuera el nuevo Arzobispo Primado de Toledo. Y ahí comenzaron a torcerse las cosas. Ahí y en una de las primeras decisiones que tomó: desalojar a los Operarios del seminario. Solo había siete seminaristas y estaba calificado como "el peor de España". Corría el año 2008.

Ureña nombró un nuevo equipo rectoral, encabezado por Jesús Gracia Losilla, y buscó vocaciones en Sudamérica. Llegaron seminaristas extranjeros --la mayoría colombianos-- y el centro se fue llenando, pero esta decisión no fue bien acogida. El equipo rectoral remitió una carta al Vaticano en la que mostraba sus diferencias con la política del prelado y denunciaba hechos que movilizaron al sector del clero que no bendecía la llegada del arzobispo valenciano a la capital aragonesa.

Según narra Germán Arana, el jesuita asesor del papa Francisco que, que junto a Omella y Fernando Chica (exjefe de la sección española de la Secretaría de Estado del Vaticano y actual observador en la FAO) parecen estar tras la trama, "unos sacerdotes amigos" le enviaron a Roma "para su recuperación" a Jesús Gracia Losilla. "Un joven y honesto sacerdote sometido a fuertes presiones contra su conciencia..." explica en la carta que dirigió al Pontífice para ilustrarle sobre lo que ocurría en la diócesis del Ebro. Arana, ahora rector de la Universidad de Comillas, estaba entonces como profesor de la Gregoriana de Roma.

"Para confirmar el alcance de aquella situación, me puse en contacto con monseñor Elías Yanes", prosigue. Y después concertó un encuentro de Gracia Losilla con el entonces subsecretario de la Congregación para la Educación Católica, que se encontraba en España. "De aquella conversación y de otras informaciones, sobre todo por la puntual intervensión de monseñor Yanes", revela, se inició una investigación de la Santa Sede. Quedó en nada. Pero, "al menos sirvió para cercenar el camino de D. Manuel hacia la sede Primada de Toledo", continúa.

Viajes y reuniones

A partir de ahí, se suceden todos los ingredientes propios de una novela de intrigas. Viajes de Yanes a Roma para llevar informes, casi siempre puenteando a la Nunciatura y a la Congregación de los Obispos, dirigida por el cardenal Marc Ouellet. "Me siento movido a salir de mi silencio orante y a pedirle a Su Santidad que considere la posibilidad de procurar una Visita Apostólica a la archidiócesis..."; "mi responsabilidad episcopal y amor pastoral... me llevan a colaborar con Su Santidad en cuanto se ofrezca para su solución", escribe en una carta remitida a Francisco, del que ha llegado a decir que incluso le pagaba los vuelos.

También para denunciar "la incapacidad" de Ureña, asistir a reuniones (¿conspiratorias?) con otros sacerdotes en el Colegio Español de San José --dirigido por Operarios-- y maniobras que, procedentes de hombres de Iglesia, no parecen muy misericordiosas. Una política de lluvia fina.

Entre tanto, en Zaragoza, algunos yaneros como la notaria despedida, el juez del tribunal interdiocesano, el profesor del CRETA y algún otro miembro del equipo episcopal, recopilaban documentos e información para aportarla al expediente que Roma había iniciado contra Ureña. "Ánimo y no desesperéis en esto tan delicado que lleváis entre manos. El Señor os ayudará", les alentaba Omella.

Ureña anunció por sorpresa su dimisión "por motivos de salud". Pero se filtró que había sido cesado por pagar casi 100.000 euros al diácono de Épila para tapar unos presuntos abusos.

Después, anónimos de milimétrico guión comenzaron a llegar a las redacciones de medios de comunicación. Con estos, más cartas y otras campañas intentaron manejar también al nuevo arzobispo, pero como decía Escipión: Roma no paga traidores. ¿O sí?