Este verano del 2018 será recordado, sin duda, como uno de los mejores en la historia del deporte femenino español. El tricampeonato mundial de bádminton de Carolina Marín, la plata de la nadadora Jessica Vall, el tercer puesto del equipo de natación artística (antes sincronizada), el bronce de la selección de hockey sobre hierba en el Mundial o las medallas de María Pérez y Júlia Takács en los Europeos de atletismo (sin olvidar el bronce de Ana Peleteiro en triple), son solo unos ejemplos más de una corriente que ya es difícil ignorar: el deporte femenino lleva años generando resultados. Los éxitos de los últimos tiempos de Marín, de Lydia Valentín, de la selección de baloncesto, del combinado de waterpolo, de Garbiñe Muguruza o de Mireia Belmonte son solo la punta de lanza de esa corriente en la que, a pesar de todo, la desigualdad en cuanto a recursos y visibilidad con respecto a los chicos sigue siendo sangrante.

La variedad de deportes en los que se han conseguido éxitos es sorprendente. Disciplinas con una representación y soporte institucional prácticamente testimonial en España, como la halterofilia, el bádminton, el hockey sobre hierba, el piragüismo o el windsurf, han dado algunas de las más grandes alegrías de los últimos tiempos (el último éxito ha llegado de la mano de la jovencísima Telma Cester, una chica de Castelldefels que con solo 13 años se acaba de proclamar en Milán campeona de Europa absoluta de wakeskate, una modalidad de deporte náutico mezcla de esquí acuático y skateboard). Por ello, hay que valorar el esfuerzo individual y colectivo de unas mujeres que, con un apoyo sensiblemente inferior, han alcanzado metas que se antojaban inalcanzables hace solo unos años.

Un caso paradigmático es el de Carolina Marín, que con 25 años ya es tricampeona mundial, tetracampeona europea y oro olímpico de un deporte, el bádminton, sin arraigo en España. Ha sido capaz no solo de hacer frente a lo que ella misma llama «el imperio asiático» (22 de las 25 primeras del ránking mundial son de ese continente), sino de destacar hasta llegar a ser considerada una de las mejores de la historia. Marín ejemplifica el cambio de mentalidad del deporte femenino español, la transformación necesaria para competir al más alto nivel. La de Huelva lo explicó hace pocos días en una recepción del Consejo Superior de Deportes (CSD), presidida por primera vez por una mujer, la exesquiadora María José Rienda. «La parte mental fue el punto de inflexión para ganar el campeonato. Tenía mucho miedo a perder. Entrenamos muchísimo la parte psicológica antes del Mundial». Como es lógico, los triunfos hacen aflorar las demandas históricas del deporte femenino. «Ahora estamos en lo más alto, aunque todavía es importante que los medios de comunicación sigan apoyando», explicó Marín.

Júlia Takács, española de origen húngaro, se hizo con el bronce en los 50 kilómetros marcha de los Europeos de Berlín, una prueba que es una reivindicación en sí misma, pues fue la primera vez que se disputaba sobre esa distancia (antes se consideraba demasiado dura para las mujeres). La barrera final sería derribada si la prueba termina siendo anunciada disciplina olímpica, como ansía Ainhoa Pinedo, séptima en la competición. «Esperamos que ocurra porque sería una gran oportunidad para nosotras poder disputar unos Juegos Olímpicos», reclama. En estos Europeos de Berlín, María Pérez mejoró lo de Takács con una impresionante victoria en los 20 kilómetros, Ana Peleteiro arañó en triple salto su segundo bronce del año (tras el de pista cubierta) y el equipo femenino de maratón también quedó tercero.

Hay quien dice que la falta de apoyo a esos deportes minoritarios entra dentro de lo normal, pero eso es quedarse en la superficie del problema. Deportes de gran tradición en España como el fútbol o el baloncesto tampoco gozan de un apoyo equivalente al de sus colegas hombres. El problema, por tanto, no es únicamente de tradición o falta de la misma. Las cifras hablan. Conforme a datos del 2016 del CSD, solo una de cada cuatro fichas federativas en España corresponden a mujeres. Por no hablar de la diferencia de interés suscitado en los medios de comunicación. Según Clara Sainz de Baranda, profesora del departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid, solo en poco más del 5% de las casos la mujer es el sujeto noticioso de las informaciones en la prensa deportiva impresa.

Se suele decir que los Juegos Olímpicos de Barcelona-92 supusieron el gran impulso para el deporte femenino al más alto nivel, el acicate que necesitaba un universo que no había sido tomado en serio hasta ese momento. Miriam Blasco, con su oro en judo en esos Juegos, demostró que una mujer formada y entrenada aquí podía competir y ganar.

Desde aquel momento, las cotas del deporte femenino han ascendido a alturas impensables, superando al deporte masculino en lo que a palmarés se refiere en los dos últimos Juegos Olímpicos (en Londres 2012 las mujeres se hicieron con 11 medallas por 6 de los hombres, y en Río 2016, 9 y 8, respectivamente).

Sin embargo, las diferencias entre el deporte masculino y el femenino son todavía evidentes. José Guirao, ministro de Cultura y Deporte, dice estar dispuesto a revertir la situación. «Desde el principio, al llegar al ministerio, he hecho hincapié en dos cosas fundamentales: primero, el deporte femenino, intentar equipararlo a lo largo del tiempo al masculino en visibilidad y recursos; segundo, el deporte para personas de otras capacidades. Son dos retos complicados», aseguró en la recepción a la selección de fútbol femenino sub-19, que se proclamó campeona de Europa.

Conseguir la equiparación no será fácil. El mercado del deporte femenino, sobre todo en el caso de de las especialidades de equipo, es sensiblemente más pequeño que el masculino, con la consiguiente diferencia de visibilidad y de recursos económicos y publicitarios. En este contexto, las palabras del ministro pueden parecer un brindis al sol si no vienen acompañadas de medidas concretas y si las empresas, los clubs y las federaciones no se involucran en traducir los dichos en hechos. La Federación Española de Fútbol, por ejemplo, tras las críticas recibidas por no haber invitado a la Reina en la Copa que lleva su nombre y la ausencia de prima económica por ganar la misma, se ha propuesto lavar su imagen después de los años de ostracismo a los que relegó a lo femenino el equipo de Villar.

Rubiales, nuevo mandamás, y su equipo, aseguran que la «profesionalización del fútbol femenino es una de sus grandes prioridades». El tiempo dirá si estas declaraciones son puro mercadotecnia o si detrás hay algo más. El CSD, con su programa Universo Mujer, y algunas empresas, mediante financiación y ayudas a distintas federaciones, ya han dado pasos para dar relevancia a la mujer en el deporte.