Una mezcla de conmoción y rabia. Así es el estado de ánimo de los 119 trabajadores de Schindler en Zaragoza que se irán al paro dentro de mes y medio por el cierre de la fábrica. Hace tres semanas que conocieron esta fatal noticia, que no acaban de digerir. Siguen en shock porque no esperaban este final tan drástico a pesar de los indicios cada vez más evidentes de que el grupo no apostaba por la planta. Y están cabreados porque consideran injusto que la multinacional suiza se lleve la producción a Eslovaquía por un afán puramente lucrativo y después de haber atesorado en Aragón millones de beneficios, una suculenta cartera de clientes y conocimiento, una decisión que echa por tierra más de 70 años de historia como heredera de la firma local Giesa.

«Con un sueldo de aquí, pagan tres de allí. Solo buscan ganar más», denuncia Juan Gaona, que lleva todo una vida en esta fábrica, donde entró a trabajar en 1988 como mecánico ajustador (matricero) antes de cumplir 21 años. Ahora tiene 52 y ve difícil su reincorporación al mercado laboral. «Nos han jodido la vida. Con estas edades, ¿quién nos va a querer contratar? El que más o el que menos tiene lesiones o enfermedades reconocidas o no», se lamenta.

Juan responde al perfil mayoritario de las víctimas del ajuste laboral. El grueso del personal son hombres de entre 50 y 55 años de edad, que entraron a la empresa a finales de la década de los 80 o principios de los 90. La factoría, que por aquel entonces estaba en el barrio de Las Fuentes de Zaragoza, vivía un momento de apogeo.

El escaso rejuvenecimiento de la plantilla parece un claro indicio de que Schindler no tenía los ojos puestos en el futuro de esta fábrica. Tan solo 11 de los 119 nombres de la lista de despidos tienen menos de 45 años y apenas una veintena de ellos se han incorporado a Schindler en la última década. Por sexos, los hombres son una amplísima mayoría, ya que solo hay 12 mujeres.

Deslocalización meditada

La sombra de la deslocalización hace ya tiempo que asomaba. La plantilla andaba con la mosca detrás de la oreja desde que se puso en marcha la fábrica de Dunajskà Streda (Eslovaquia), puesta en marcha en el 2011 iba ganando protagonismo. «Tenían en mente la deslocalización desde hacía tiempo y por eso han ido desmenuzando la producción», opina Gaona. «Los buenos productos se los fueron llevando, aquí nos dejaron los de menos valor para ahora justificar el cierre», reflexiona Jesús Suñen, otro empleado, de 49 años, los últimos 25 como trabajador en la factgoría de Schindler.

Este último destaca además que el cese de la producción de Schindler traspasa las paredes de la fábrica. «Supone cargarse un tejido industrial muy importante para Aragón. No nos vamos a la calle 119 personas, sino más de de 300», asegura. Un ejemplo de ello son los seis trabajadores que un proveedor de embalaje tiene dedicados en exclusiva para prestar servicio a la planta, cuya continuidad se antoja complicada.

«La empresa deliberadamente ha ido creando en Zaragoza una situación de poca competitividad en relación a otras fábricas. Se veía que no apostaban por traer aquí maquinaria o productos buenos», insiste Rubén Coll, que con 46 años es de los más jóvenes del taller, que lleva desde el 2008 en el polígono Empresarium. «Todavía estamos en estado de shock. Están desmantelando el sector industrial y las instituciones no nos están ayudando», critica.

Entre los trabajadores existe además un cierto mosqueo por cómo se ha gestado la operación. Por un lado, dudan de la legalidad del propio ERE, que la empresa justifica en causas productivas, tecnológicas y organizativas pero no en razones económicas dados los pingües beneficios que obtiene año a año. Fuentes de la plantilla denuncian que la planta de Zaragoza ha sido utilizada de trampolín para potenciar la de Eslovaquía. Como ejemplo de ello, señalan que el prototipo de la nueva cabina de ascensor lanzada por el grupo, la PK44, se hizo en la factoría aragonesa en el 2017 y con tecnología del Instituto Tecnológico de Aragón (Itainnova). Su producción, sin embargo, se asignó a la fábrica de Europa del Este. «Con el dinero de los aragoneses se está pagando la deslocalización», aseguran.

La gestión del comité también está levantado ampollas en una parte importante de la plantilla, como se pudo ver en la asamblea de trabajadores celebrada hace nueve días, donde no se permitió votar. «Estamos jugando con pelotas de tenis contra una multinacional y nos piden que no hagamos mucho ruido», dicen. Muchos afectados por el despido reclaman poder decidir de forma soberana los pasos a seguir para tratar de tumbar el ERE.