Primero se hará el recuento de las europeas, que ya pueden dar una pista de por dónde va la cosa. Después las municipales, más complicadas de leer. Finalmente las autonómicas, y para entonces habremos entrado en la jornada del lunes 27. Será una noche larga, durante la cual más de un dirigente político pasará de la euforia a la amargura, como arrastrado por un inexorable trastorno bipolar. Porque en esta convocatoria no solo están en juego escaños en el Europarlamento y en las cámaras regionales, así como concejalías en ciudades y pueblos; además, altos y medianos liderazgos dependen del veredicto de las urnas. Incluso en un país donde las derrotas electorales más catastróficas apenas provocan dimisiones, un tropiezo generalizado en esta ocasión induciría al PP (por poner el caso más evidente) a una refundación en toda regla.

Porque lo más curioso es que, a menos de un mes de las pasadas generales, la cuestión nacional pesa como nunca en las votaciones de hoy. Habrá matices provocados por el tirón, o no, de candidatos autonómicos o locales, pero ni los debates ni la campaña en sí misma han puesto sobre la mesa asuntos cruciales para Aragón y la mayoría de sus municipios. No han faltado propuestas específicas, pero sin novedades ni pasión creativa ni fijación en lo próximo y concreto. Parecía que candidatas y candidatos estaban más pendientes del terreno de juego nacional.

¿Una nueva etapa?

Hoy, dicen, se cierra un ciclo político. Y empieza uno nuevo, aunque ello, en verdad, dependerá de los resultados. Antes, la rebelión contra la inercia y la corrupción del bipartidismo y el desafío del independentismo catalán provocaron conmociones que esta por ver si se asientan, y si lo hacen a través de una nueva etapa basada en la negociación y la lealtad democrática o en la tensión permanente y los golpes bajos.

Desde la perspectiva aragonesa, ese futuro aún aparece más repleto de incógnitas porque la última campaña electoral ha demostrado que ni en el ámbito político ni en el social existen ideas transformadoras, al menos a una escala significativa. Aragón es un territorio que engloba todos los paradigmas problemáticos de la España interior. Sin embargo va tirando (al menos en lo que a los promedios estadísticos se refiere), de manera que nadie se siente alarmado. Además esta es una tierra de buen conformar, que se adapta a las circunstancias. La afición zaragocista celebrando como un éxito la permanencia de su equipo en Segunda es un ejemplo perfecto de lo que podríamos denominar control de las expectativas.

Lo que no se ha dicho

Salvo alusiones a la progresiva rehabilitación de supermanzanas o áreas urbanas degradadas hechas por la izquierda, y algunas vagas propuestas respecto del tranvía (o cercanías o metro ligero) Norte-Sur, a Zaragoza solo le han ofrecido medidas de bajo vuelo. El PP ha acabado aferrado a La Romareda. El PSOE ha evitado correr riesgos y dejarse llevar por la imaginación. Cs ha puesto el mayor empeño en no darse a entender.

Pero es en el ámbito autonómico donde el vacío ha sido más clamoroso. Varios partidos se han empeñado en seguir agitando el tema de los bienes de Sijena y las parroquias orientales, con la obvia intención de tirar de señas de identidad a la contra y sintonizar con el españolismo integral que se les supone a los aragoneses.

No hay alternativas inteligibles para frenar la despoblación (que es imparable) ni para aprovechar las condiciones de un país como este que tiene mucho recurso natural que vender. No las hay tampoco para resolver el déficit fiscal, para organizar más racional y eficazmente los grandes servicios (sobre todo en las zonas vacías), para la configuración de una verdadera personalidad económica y cultural o para situarnos sin excusas en el mundo de la transición energética y la sostenibilidad medioambiental

Mirando a Madrid

Madrid nos vuelve locos. Y Cataluña nos remata. Por eso, aquí, la campaña ha estado atravesada por el juicio a los líderes del Procés secesionista, por las dichas y desdichas de Carmena o Colau, por los ridículos choques de trenes en la inauguración del Congreso, por si Sánchez necesita a los independentistas para coronarse presidente del Gobierno o por si Casado ha de seguir o no en el machito caso de que sus candidatos no logren el ayuntamiento de laVilla y Corte o pierdan la comunidad más artificial y bienpagá de España.

Será una noche larga, sí. Pero muy entretenida.