En la residencia La Abubilla, en Yéqueda, ahora tan solo hay diez personas mayores que resisten y que muestran sus mejores sonrisas pese a llevar meses de un lado para otro y luchando por esquivar el covid-19. Ahora mismo son pocos y eso les hace estar y sentirse como una pequeña familia mientras la situación no empeore. Todos ellos han encontrado en esta nueva residencia, que ahora está catalogado como centro covid, un lugar en el que conocer gente nueva, aprender a manejar las nuevas tecnologías y a disfrutar en la distancia de esas familias que se mantienen preocupadas detrás de una pantalla.

Gimnasia en el jardín, sopas de letras en las tabletas, mandalas para colorear y música en la radio. De esta manera, los residentes se entretienen y pasan las horas debido a que la televisión no es algo que interese. «No les gusta ver las noticias», cuenta Mateo, el director del centro. «Son el foco principal de esta pandemia y los más afectados, y ellos eso lo saben y por eso ya apenas quieren saber cual es la realidad».

María muestra sus dotes de gimnasta y deja, a más de uno, con la boca abierta con su destreza en los movimientos a sus 87 años. «Yo aquí estoy bien», asegura pero es consciente de que en su residencia de origen la echan de menos. «Mis hijas me dicen que desde ahí las trabajadoras me mandan besos, pero siempre en la distancia, que ahora hay que tener mucho cuidado con el virus y eso no está permitido», sentencia.

Mientras todos ellos pasean por el jardín y aprovechan las horas de sol de la mañana, arriba, en la planta 1, hay una persona que, a pesar de haber obtenido un resultado negativo en la PCR, debe de cumplir con diez días de cuarentena y aislamiento del resto de los residentes. «Estar encerrados es lo que peor llevan. En la primera ola todas las salas comunes y el jardín no se usaban, cada uno estaba en su habitación y tuvimos casos en los que pasaron encerrados más de dos meses debido a que aunque no tenían síntomas, seguían dando positivo», explica Mateo.

Pilar y Josefina pasean por el salón y aprovechan la compañía de las trabajadoras para hablar porque hoy, por fin, ha sido su primer día después de diez días de aislamiento. Josefina ha sido rápida y se ha hecho con una de las tabletas y aprende veloz porque a esta generación, ya no hay nada que se les resista. María, también novata con estas herramientas, asegura que nunca había usado «una de estas» y que en su juventud «nadie la había enseñado a usarla». «Aquí he aprendido a hacer sopas de letras y ya voy más templada que ellas», cuenta orgullosa mientras mira a las jóvenes.

Los trabajadores no pueden más que comparar la situación que tienen actualmente con la que vivieron en su momento en marzo. «Ahora podemos hacer todas las actividades y ellos se pueden relacionar los unos con los otros, antes no podíamos ni jugar con ellos y eso, resta años a cualquiera», sentencian, mientras miran a su alrededor orgullosas de poder sacar adelante a las voces más perjudicadas de esta pandemia.