Los españoles fueron ayer a las urnas en una auténtica movilización democrática claramente influida por el impacto de los atentados en Madrid. El veredicto fue terminante: el electorado castigó al PP por su nefasta gestión de la crisis originada por aquella masacre. Con 164 diputados y casi once millones de votos, José Luis Rodríguez Zapatero será el próximo presidente del Gobierno. La derrota conservadora, asumida de inmediato por el candidato popular , Mariano Rajoy, se precipitó en las últimas horas como consecuencia de la reacción popular ante la actitud del Ejecutivo de José María Aznar tras el 11-M.

Finalmente, el terrorismo, utilizado una y otra vez durante la campaña por los candidatos populares , se volvió contra ellos como un boomerang . La ciudadanía ha querido un cambio que fomente el diálogo y la transparencia y dé auténtica cohesión a un país dramáticamente dividido y peligrosamente crispado.

VOTO POLARIZADO El voto se polarizó en torno a las dos opciones mayoritarias. El aumento de la participación (un 77,25% frente al 68,71% de hace cuatro años) tuvo un destino claro: los socialistas ganaron más de tres millones de sufragios sobre los obtenidos en las pasadas elecciones generales. IU y otras opciones minoritarias progresistas sintieron el efecto del voto útil . No así Esquerra Republicana, que protagonizó el ascenso más espectacular de la jornada: de menos de doscientos mil votos se fue a más de seiscientos mil; de un diputado, a 8. El efecto Carod-Rovira también acabó en un fiasco para las estrategias del PP, que han obtenido un resultado radicalmente contrario al que supuestamente pretendían.

Se cumplieron los pronósticos de quienes confiaban en una victoria socialista si la participación superaba el 75%. Pero el vuelco no fue directamente la consecuencia de una campaña en la que Zapatero ya le estaba comiendo terreno a Rajoy, sino un verdadero impulso social de última hora en respuesta a los atentados de Madrid y sobre todo a la forma en que Aznar y sus ministros manejaron la situación negando una y otra vez que fuese Al Qaeda la autora de la masacre y adjudicándosela a ETA. Esta táctica y el intento gubernamental de monopolizar el escenario político para potenciar descaradamente su oferta electoral se ha vuelto finalmente contra el PP. Amplios sectores de la opinión pública no sólo entendieron que los españoles habían pagado con sangre las consecuencias de la aventura iraquí emprendida contra la voluntad mayoritaria, sino que además el Gobierno estaba ocultando datos en una maniobra deleznable.

Cuando la indignación eclosionó en plena jornada de reflexión , el vuelco estaba cantado.

EL DIA DESPUES Zapatero está en condiciones de formar un gobierno monocolor, pero deberá contar con apoyos para poder gestionar un país que se ha fracturado social y territorialmente en los últimos tiempos. Ofertas no le faltan. En la misma noche del recuento, CiU, IU y la propia Esquerra lanzaron mensajes alentando al PSOE a contar con ellos. El líder socialista había asumido su victoria con un mensaje conciliador y sereno en el que reiteró su intención de llevar a cabo un cambio tranquilo fundamentado en el diálogo y la cohesión. Le harán falta enormes dosis de equilibrio y perspicacia para reorientar la política interior y exterior de una nación que acaba de sufrir el zarpazo del terrorismo global, que está involucrada en la ocupación de Irak y que al mismo tiempo debe afrontar reformas institucionales basadas en el consenso y el respeto a la pluralidad.

A corto plazo deberán tomarse decisiones importantes sobre seguridad interna y sobre la permanencia o no de tropas españolas en Irak. Otras acciones del Ejecutivo de Aznar habrán de ser reconsideradas, por ejemplo el Plan Hidrológico Nacional se ha hecho inviable en su actual redacción.

Por otro lado, con los socialistas necesitados de votos provenientes de los grupos nacionalistas, la reforma de los estatutos de autonomía parece inevitable.

¿Y LOS PERDEDORES? El PP conserva nueve millones y medio de votos y 148 diputados. Adamás dominará el Senado. Sigue siendo una fuerza política importante, capaz de realizar en lo sucesivo una labor de oposición efectiva. Pero antes deberá encajar internamente la derrota y superar los habituales problemas en estos casos; el primero, la aparición de síntomas de división interna. Cuando se ha tenido tanto poder es muy duro salir a la intemperie.

En la noche de ayer, Rajoy compareció ante los medios flanqueado por un Aznar que no disimulaba su enfado y un Rodrigo Rato cuya mirada perdida en el vacío ocultaba sus pensamientos. El futuro jefe de la oposición todavía tuvo palabras de alabanza hacia su mentor político. Ambos se dieron la mano. Pero la procesión ha de ir por dentro. Los conservadores han perdido las elecciones no tanto en la campaña (aunque su estrategia confrontadora y catastrofista no fue la mejor) como en las setenta y dos horas que siguieron al 11-M. Aznar, Acebes y Zaplana fueron los actores principales de una escenificación llena de absurdos. ¿Creyeron que estaban por encima del bien y del mal? ¿Pensaron que podrían manejar la situación gracias a su control sobre buena parte del aparato mediático?

El PP llega la oposición aislado y con el lastre de unos errores que seguirán pasándole factura, como ya le sucediera al PSOE entre 1996 y el 2000. Si Rajoy sigue controlando el partido deberá ejercer su natural inclinación a la calma y la negociación. Los españoles no admitirán más crispaciones. No cuando el país afronta tan graves problemas.