Zaragoza llegó a tener hasta cuatro discotecas light --como se conoce a las sesiones sin alcohol, para menores-- pero actualmente no tiene ninguna. El último experimento de este tipo se clausuró en octubre, tras solo un mes de abierta a este público. Fue el de la sala 976, cuyo propietario, Fernando Izcara (presidente además de la asociación de Cafés y Bares de la ciudad) no pudo mantenerla abierta ante lo ruinoso de la iniciativa. Ahora la ha sustituido por una sesión para gente de mediana edad.
Para Izcara, el problema de la falta de rentabilidad está claro. "Es el botellón. Si dicen que no hay, que se vayan cualquier noche al Parque Grande o al río", explica. Enrique Puértolas, abogado de APEHA, coincide en que con la situación actual es prácticamente imposible que estos negocios funcionen. "Si los jóvenes beben igual, aprovechan las cercanías para comprar el botellón, y eso no solo repercute en el local sino en las quejas de los vecinos de los alrededores por los ruidos, que se acaban vinculando a la discoteca. No compensa", zanja el letrado de la asociación de pequeños hosteleros.
El éxito de estas discotecas sin alcohol fue decayendo a medida que se popularizaba el beber al aire libre, actividad con mucha menos tradición en Zaragoza de la que tenía, hace pocos años, en otras grandes ciudades como Madrid, salvo en fechas puntuales como las fiestas del Pilar.
Partiendo de la base de que el consumo de alcohol por parte de los menores es ilegal, la realidad es que lo hacen. Cabría preguntarse si los adolescentes tienen realmente alternativas de ocio asequibles y atractivas en la oferta de la ciudad que puedan disuadirles de estas prácticas, con unas entradas de cine a precios desorbitados y unos hábitos cada vez más sedentarios.
El consistorio ha puesto en marcha en los últimos años programas de ocio alternativo para jóvenes con este propósito, y el Gobierno campañas pero por mucho éxito que hayan tenido no bastan para atajar la costumbre, que como alertan los expertos comienza cada vez a edades más tempranas.
