Los mares de España están en la UVI. El ser humano ha cambiado las reglas del juego por las que se regía el planeta hasta el momento y eso está poniendo jaque a la naturaleza. El incremento de emisiones de dióxido de carbono tiene un impacto directo en el medio marino y un reciente estudio del Gobierno titulado ‘Impactos y riesgos derivados del cambio climático en España’ pone de relieve que todas las zonas marinas que rodean a nuestro país sufrirán sus efectos, pero no de la misma forma.

Será el Mediterráneo el que se lleve la peor parte, pues a finales de siglo soportará un aumento mayor de la temperatura, cambiará su grado de salinidad más rápidamente y se volverá más ácido que el resto del litoral español. A todo ello se añaden más épocas de sequía y olas de calor, en un porcentaje que incluso supera al que tendrá el resto del planeta.

Las razones del mayor impacto del cambio climático en el Mediterráneo se basan en que es una zona prácticamente aislada. «A pesar de su conexión con el Atlántico por el estrecho de Gibraltar, el Mediterráneo es una cuenca de concentración, lo que significa que la evaporación supera a los aportes de las precipitaciones y los ríos», indica el investigador del Instituto Español de Oceanografía Pablo Martín Sosa, quien, además, recuerda que los altos niveles de urbanización en la costa provocan «unos niveles de contaminación mayores».

Las consecuencias han empezado a manifestarse. A día de hoy se han documentado efectos sobre el crecimiento, la supervivencia, fertilidad, migración y fenología de organismos pelágicos (que viven cerca de la superficie) y bentónicos (que habitan en los fondos). Esto supone daños para toda la cadena trófica: desde el fitoplancton y la vegetación marina hasta invertebrados y vertebrados. Hay especies que tardan más en emigrar, como el atún rojo, y hay otras que deciden mudarse al Mediterráneo, como la dorada cebra (Diplodus cervinus cervinus). Para otras, el calor y las nuevas condiciones son insoportables, así que tienden a desaparecer poco a poco, como la sula de altura (Argentina sphyaena) o la maruca azul (Malva macrophthalma).

Olas más pequeñas

Además de los ya descritos, en el Mediterráneo se han detectado cambios en los procesos de formación del agua profunda, en la estratificación de las aguas superficiales (lo que repercute en la disponibilidad de nutrientes) e incluso en el oleaje, que está dejando de ser lo que era. En este sentido, «la energía que la costa recibe de las olas afecta directamente a la habitabilidad de las comunidades de fauna y flora acostumbradas a determinado grado de energía o exposición al oleaje», explica Martín Sosa. De hecho, no solo en el Mediterráneo, sino también en el Atlántico peninsular y en Canarias, las olas en 2100 podrán medir entre 3 y hasta 10 centímetros menos que en la actualidad.

Los más afectados por esta mengua del oleaje serán los organismos bentónicos sésiles, es decir, las esponjas, algunos gusanos, gorgonias y ascidias, que «son dependientes de la circulación del agua para la absorción de oxígeno y nutrientes, para la dispersión de sus larvas o para la eliminación de residuos», como señala este investigador.

La consecuencia de cambiar la situación de organismos que están en la base de la cadena trófica es que, de una forma u otra, ello acabará afectando a los humanos. «Son multitud los efectos de este escenario de causa y efecto», expone Martín Sosa. Los ecosistemas marinos, por ejemplo, juegan un papel fundamental en el secuestro de dióxido de carbono atmosférico. Esta capacidad de retener carbono se pierde si el medio está saturado, un límite que está cerca de alcanzarse.

Hacia 2100 el atlántico perderá hasta el 40% de sus capturas pesqueras

La llegada de nuevas especies a nuestras costas tampoco es una buena señal. La transformación de los hábitats facilita la introducción de especies alóctonas, «que compiten con las autóctonas, desestabilizando el equilibrio natural de los ecosistemas locales y provocando reacciones en cadena a lo largo de las redes tróficas que terminan influyendo en la especie humana», señala el investigador.

Algunas de estas consecuencias podrían ser la pérdida de especies de interés pesquero o la proliferación de plagas perniciosas para nuestra especie. Además, la pérdida de biodiversidad también disminuye la probabilidad de encontrar entre las especies aquellas que contienen sustancias que son susceptibles, a través de la biotecnología, de ser útiles para el ser humano, especialmente en la medicina o la agricultura. Ya en los últimos años se ha visto que la abundancia de especies de interés pesquero en esta zona está variando.

Cantábrico y Atlántico

A pesar de que el Mediterráneo se está llevando la peor parte, el Atlántico peninsular y Canarias no están exentos de las consecuencias del cambio climático. Para 2100, en el Atlántico peninsular, es decir, la costa cantábrica, se prevé un crecimiento del nivel del mar de hasta 70 centímetros, un aumento de la temperatura del océano de 2,2º centígrados, la mayor reducción de salinidad de todos los mares españoles y una pérdida de tamaño de hasta 10 centímetros en las olas.

Allí ya se han registrado cambios en la composición de bosques de macroalgas. «En general, se está detectando un retroceso de especies cuyo óptimo se encuentra en aguas más frías y un aumento de especies típicas de aguas más cálidas», remarca el estudio. En las costas gallegas cada vez es más común encontrar peces subtropicales que en teoría no deberían estar ahí. Las modificaciones en la composición de estas aguas han llegado a provocar que mejillones y ostras dejen de reproducirse al mismo ritmo que antaño, y que algunos atunes vean alterada la sincronización de las migraciones, afectando también eso a su reproducción.

Recursos pesqueros clave como la sardina, el pulpo o el mejillón están sufriendo estas desavenencias y lo seguirán haciendo en las próximas décadas. La reducción de biomasa en algunas clases de almejas (babosa, fina o japónica) de hecho, ya ha tenido impactos en la actividad pesquera. Según el estudio, «las tendencias negativas de biomasa disponible pueden haber jugado un papel decisivo en el descenso de desembarques y precios de venta en los últimos años, provocando una reducción en el esfuerzo pesquero».

Pero si hay un ejemplo que representa el daño que están provocando estas modificaciones en la composición del mar es el del bonito del norte. Esta tradicional especie de explotación española ha empezado a huir hacia el norte, cambiando además sus migraciones en 2,3 días por década. Pero la flota debe seguir explotándolos, lo que genera un sobrecoste, debido a que se tarda más en llegar a donde están los peces y, por ende, se gasta más combustible. A finales de siglo, el Atlántico habrá perdido entre el 20% y el 40% de su potencial máximo de capturas. Lo mismo sucederá en Canarias.

El océano situado a 2.000 kilómetros de distancia, el que rodea a las islas Canarias, está sufriendo una tropicalización. Es decir, dado su elevado calentamiento, está convirtiéndose en una zona más apacible para especies que habitualmente han preferido otros lares, como el Caribe. Las islas están recibiendo cada vez más organismos, invertebrados, peces y mamíferos que originalmente se encuentran vagando por mares con una temperatura media de las aguas superficiales de 25 grados. Algunas han llegado a generar una verdadera invasión el archipiélago, como es el caso del pequeño erizo Diadema africanum, cuyo crecimiento descontrolado está provocando la desaparición de algas autóctonas en muchas zonas rocosas.

Con estos resultados, los expertos consideran que es el momento de buscar alternativas. Una de ellas consiste en desglobalizar los mercados y apostar por lo local, artesanal o el producto de temporada. «No tiene sentido que el pescado que pescamos aquí termine siendo consumido en Japón y, mientras, para poder comer pescado aquí, tengamos que importarlo de Canadá o Vietnam», reflexiona Martín Sosa. Para el investigador, «todo ese transporte innecesario también acelera el cambio climático». Por tanto, las actividades pesqueras deben ser sostenibles y conciliables con la protección a la biodiversidad.