Ya se sabía que al derretirse, el suelo helado del Ártico (permafrost) emite CO2 a la atmósfera. Pero estas emisiones resultan ser mucho mayores de lo sospechado. Los científicos han descubierto que, en contra de lo que se creía, el hierro presente en el permafrost no logra retener el carbono, por lo que es liberado masivamente a la atmósfera. Esto supone una nueva fuente de emisiones de gases de efecto invernadero.

El aumento de las temperaturas globales está provocando que el suelo ártico congelado (permafrost) en el hemisferio norte se descongele y libere de este modo CO2 que ha estado almacenado en su interior durante miles de años. Se estima que la cantidad de carbono almacenado en el permafrost es cuatro veces mayor que toda la cantidad combinada de CO2 emitida por los humanos modernos.

Los resultados de la investigación de un equipo internacional, publicada en la revista Nature Communications, sugieren además que el fenómeno recién descubierto liberará cantidades aún mayores de CO2 de lo que se suponía, proveniente de la materia orgánica del permafrost.

Es una reserva de carbono que antes se pensaba que estaba fijado firmemente y de forma segura a través del hierro. No es así, según este equipo de investigadores, que ha descubierto que este carbono también se termina liberando a la atmósfera.

Se estima que la cantidad de carbono almacenado que está unido al hierro y que se convierte en CO2 cuando se libera equivale a entre dos y cinco veces la cantidad de carbono liberado anualmente a través de las emisiones de combustibles fósiles antropogénicos.

Los investigadores saben desde hace mucho tiempo que los microorganismos desempeñan un papel clave en la liberación de CO2 a medida que se derrite el permafrost. Los microorganismos que se activan a medida que se derrite el suelo convierten las plantas muertas y otros materiales orgánicos en gases de efecto invernadero como el metano, el óxido nitroso y el dióxido de carbono.

El hierro no logra atrapar al carbono

Lo novedoso de la investigación es que se creía que el hierro mineral se unía al carbono incluso cuando el permafrost se descongelaba. En cambio, se ha descubierto que las bacterias incapacitan la capacidad de atrapar carbono del hierro, lo que da lugar a la liberación de grandes cantidades de CO2.

«Lo que vemos es que las bacterias simplemente usan minerales de hierro como fuente de alimento. A medida que se alimentan, los enlaces que habían atrapado el carbono se destruyen y se liberan a la atmósfera como gas de efecto invernadero», explica el profesor asociado Carsten W. Müller de la Universidad de Copenhague.

«El suelo congelado tiene un alto contenido de oxígeno, lo que mantiene estables los minerales de hierro y permite que el carbono se una a ellos. Pero tan pronto como el hielo se derrite y se convierte en agua, los niveles de oxígeno bajan y el hierro se vuelve inestable. Al mismo tiempo, se derrite el hielo y permite el acceso a las bacterias. En conjunto, esto es lo que libera el carbono almacenado en forma de CO2», explica Müller.

Aunque los investigadores solo han estudiado un área de pantano en Abisko, en el norte de Suecia, han comparado sus resultados con datos de otras partes del hemisferio norte y esperan que sus nuevos resultados también sean válidos en otras áreas de permafrost en todo el mundo.

«Esto significa que tenemos una gran fuente nueva de emisiones de CO2 que debe incluirse en los modelos climáticos y examinarse más de cerca», ha declarado Carsten W. Müller.

Aunque el carbono almacenado en el permafrost tiene un gran impacto en nuestro clima, los investigadores saben muy poco sobre los mecanismos que determinan si el carbono del suelo se convierte en gases de efecto invernadero.

«La mayor parte de la investigación climática en el Ártico se centra en la cantidad de carbono almacenado y su sensibilidad al cambio climático. Hay mucho menos énfasis en los mecanismos más profundos que atrapan el carbono en el suelo», dice Carsten W. Müller.

Los investigadores siguen sin estar seguros de cuánto carbono adicional del suelo podría liberarse a través de este mecanismo recién descubierto. Para determinarlo, afirman, se necesita una investigación más detallada.

Fuente de referencia: https://www.nature.com/articles/s41467-020-20102-6

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