Desaparecido en combate. Así quedó el castor en España después de sufrir una constante persecución durante siglos, tanto por su piel como por las sustancias que se extraían de sus glándulas. Su caza masiva culminó con su exterminio total en el siglo XIX, después de poblar España desde hacía más de un millón de años.

Poco o nada se ha hecho desde entonces para reintroducir una especie que es considerada como autóctona y que hizo suyos los grandes ríos españoles, como el Guadalquivir, el Duero, el Ebro e incluso el Llobregat.

Aunque España debería preservarlos, como hace con el resto de especies autóctonas, eso no ha ocurrido en ningún momento con el castor europeo (Castor fiber), que sin embargo goza de protección europea. De hecho, cuando se ha visto la oportunidad, se ha procedido de nuevo a su exterminio. Pero la vida le ha sonreído a estos castores que, tras décadas de desaparición, están volviendo a poblar España. Lo han hecho, no obstante, como polizones y sin papeles.

El origen: una suelta irregular en 2003

En 2003, un grupo de animalistas alemanes, de origen desconocido, hizo un enorme favor a esta especie. Se liberaron un total de 18 ejemplares en la confluencia de varios ríos de la cuenca del Ebro (Aragón, Arga y Ebro), que poco después empezaron a dar pruebas de que, efectivamente, estaban allí. Tala de árboles, restos de forrajeo, pisadas, madrigueras, toboganes, excrementos y marcas de castóreo en el curso bajo del río Aragón (Navarra) y el sector contiguo del Río Ebro, entre Navarra y La Rioja fueron las huellas de vida castoril que llevaron a la Administración a investigar qué estaba sucediendo.

Desde entonces, se ha constatado la presencia de la especie en La Rioja, Navarra, Álava y Aragón. Pero la tranquilidad para esta especie no duró mucho. En el año 2007, las autoridades riojanas, en primer lugar, y las navarras y aragonesas, después, elaboraron un plan para el exterminio del castor.

Con el beneplácito de la Unión Europea, procedieron a un discreto exterminio evitando cuidadosamente que trascendiera a la opinión pública. Los expertos del Grupo Alavés para la Defensa y Estudio de la Naturaleza (Gaden), en un manual divulgativo publicado en los últimos días, critican esta acción dado que “en España no se pueden realizar controles poblacionales, por ser una especie estrictamente protegida por la legislación”.

Asimismo, desmienten que sea necesario realizar ese tipo de acciones de control. “El castor es uno más de los ejemplos de auto-regulación biológica en ambientes naturales”, indican los investigadores. Hay muchos factores intrínsecos de las poblaciones de este roedor que condicionan su vida.

En este sentido, destaca que la producción primaria de los ecosistemas -que ya por sí es limitada-, la organización social y la territorialidad de los ejemplares, el sistema de reproducción monógamo con un parto anual con pocas crías, los problemas genéticos asociados a los pocos ejemplares, las enfermedades que sufren y la depredación natural son suficientes como para regular naturalmente la cantidad de castores que se pueden encontrar.

Aunque la figura del castor suele evocar a América, su primo, el castor europeo (Castor fiber) ha estado históricamente muy distribuido por Europa y Asia. Siempre ha sido un animal muy apreciado económicamente por su piel (confección de sombreros), su carne (que podía ser comida por los cristianos católicos los viernes de cuaresma como pescado, debido al aspecto escamoso de su cola) y el aceite castóreo (uso en medicina y perfumes).

La reintroducción de estos castores, que pertenecían a un linaje más evolucionado que el que pobló antes del siglo XIX España, fue claramente ilegal. Pero no por ello resultó ser nociva, según los expertos. A menudo considerado como “arquitecto natural” de los ecosistemas, el castor destaca por su papel como generador y modificador de nichos ecológicos que facilitan la presencia de otras especies, lo cual “directa o indirectamente, trasciende incluso a nivel de paisaje”, según Gaden.

Es decir, los castores, al interactuar activamente con su medio natural, son capaces de recuperar especies, favorecer las escalas tróficas y aumentar la complejidad de interacciones entre las propias especies que se encuentran en un ecosistema. Todo ello, lo convierten y lo seguirán convirtiendo en un perfecto aliado para combatir la pérdida de biodiversidad que tanto amenaza a España debido al cambio climático.

Los castores construyen diques en los ríos a partir de troncos de árboles que talan con sus propios dientes. Pero contrariamente a lo que podría parecer, las estructuras que crean son beneficiosas para los ecosistemas. Un reciente estudio revela que con su trabajo los castores ayudan a eliminar los contaminantes de los arroyos y detener la pérdida de suelo agrícola.

Para llegar a esta conclusión, un equipo de la Universidad de Exeter (Reino Unido) empleó durante siete años castores eurasiáticos en cautividad para demostrar el impacto de estos animales en la reducción de toneladas de tierra de campos agrícolas cercanos a los ríos.

Los científicos descubrieron que una sola familia de estos roedores era capaz de eliminar del agua altos niveles de sedimentos, nitrógeno y fósforo en su recinto de 2,5 hectáreas. Los animales construyeron 13 presas, lo que redujo la velocidad del flujo del agua y creó una serie de profundos estanques donde antes había un pequeño arroyo.

Al medir la cantidad de sedimentos suspendidos y los contaminantes que fluía en el agua y compararla con la que salía del lugar de los castores, los investigadores mostraron que las presas habían atrapado más de 100 toneladas de sedimentos, el 70% de las cuales era suelo que se había erosionado desde los campos intensivos de pastizales río arriba.

Labor ecológica para preservar el suelo

Investigaciones posteriores revelaron que este sedimento contenía altas concentraciones de carbono (15,90 toneladas), nitrógeno y fósforo (0,91 toneladas), nutrientes que amenazan la vida silvestre en ríos y arroyos y que deben ser eliminados del suministro de agua humana para cumplir con los estándares de calidad del agua potable.

“Es motivo de gran preocupación observar tasas tan altas de pérdida de suelo de tierras agrícolas, que superan con creces las tasas de formación de suelos”, explica Richard Brazier, líder del trabajo.

“Sin embargo, las presas de castores pueden contribuir en gran medida a mitigar esta pérdida de suelo y también a atrapar contaminantes. Si las presas de castor fueran más frecuentes en el paisaje, sin duda veríamos estos efectos aportan múltiples beneficios en todo el ecosistemas”, añade.

El castor europeo es una especie que se está recuperando poco a poco. Según la lista roja de la IUCN, el castor euroasiático ha empezado a recuperarse y se encuentra entre las especies más extendidas por el continente. Hoy se estima que el tamaño de su población se encuentra en torno al millón de ejemplares distribuidos de forma fragmentada, aunque los científicos advierten de que estas cifras parten de una “estimación grosera”.

En España, sin embargo, el mismo organismo sitúa a los ejemplares de esta especie en ese pequeño reducto en el que fueron introducidos. Por el momento, “carecemos de datos objetivos nacionales y regionales que permitan estimar tanto el número de grupos como el tamaño de la población”, señalan los investigadores.

La ciencia los avala y ellos están dispuestos a seguir construyendo ecosistemas en nuestro país. Ahora es el momento de que el Gobierno estatal y los ejecutivos autonómicos se pongan manos a la obra para cumplir con la ley. Es el momento de que los castores vuelvan a formar parte del patrimonio natural de nuestro país.

Informe sobre el castor en España: https://www.revistaquercus.es/noticia/7859/actividades/castores-en-espana:-autoctonos-y-ademas-estan-protegidos.html