El Mediterráneo también sufre tsunamis. Uno de ellos tuvo lugar el 31 de enero de 1756. Ese día, la fuerza del mar fue tal que arrancó de cuajo peñascos enteros de los acantilados del Mediterráneo español y, como si fueran ligeras piedrecillas, los lanzó por los aires hasta 80 metros hacia el interior. Hoy pueden verse aún esas gigantescas rocas depositadas en el suelo. La población ni repara en ellas y, mucho menos, sabe por qué están ahí. Pero son el testimonio de lo que puede hacer en pocos segundos la fuerza de la naturaleza.

El doctor en Geología y en Geografía Francesc Xavier Roig estudia los registros de los tsunamis del Mediterráneo occidental desde hace años y ha puesto en el mapa una realidad hasta ahora desconocida para la población. Su última investigación, titulada ‘Revisión de depósitos de tsunami en el Mediterráneo occidental’ ha aparecido publicada en la Revista de la Sociedad Geológica de España, número 33.

El de 1756 fue un tsunami especialmente intenso y se guarda algún relato histórico de sus efectos, como el que dejó el torrero de la localidad mallorquina de Santanyí, que describió cómo había peces en tierra firme hasta muchos metros hacia el interior, y cómo grandes bloques de piedra habían sido también desplazados tierra adentro. En concreto, “las crónicas indican la entrada de una ola más de media legua (2,4 kilómetros) tierra adentro”, señala el geógrafo mallorquín.

Baleares fue uno de los sitios más golpeados por aquel maremoto de 1756, originado por un temblor de tierra frente a las costas de Argelia, lugar de gran actividad sísmica por la confluencia de dos placas tectónicas.

Los testimonios más visibles están en Menorca y en Formentera, en cuya costa sur pueden verse aún inmensas rocas que, de media, pesan 8,5 toneladas, aunque hay alguna de casi 32 toneladas.

Olas que viajaban a 700 km/h hacia España

Todo sucedió muy rápido, afirma Roig. Al producirse el terremoto en Argel, se generó un maremoto que avanzó en dirección norte a una velocidad de 700 kilómetros por hora. En tan solo 35 ó 40 minutos, el oleaje alcanzó primero las costas de Formentera e Ibiza y casi enseguida las de Mallorca y Menorca, así como otros puntos del litoral levantino. En Formentera, la ola llegó a alcanzar los 12 metros de altura.

Golpeó con furia los acantilados de Punta Prima, en dicha isla, y los desmenuzó formando al menos 27 grandes bloques mucho más altos que una persona que quedaron desparramados decenas de metros tierra adentro. Aún hoy son visibles y forman un patrimonio geológico e histórico del que casi nadie es consciente.

En otros puntos de la costa española se han encontrado bloques de tsunami, huella inequívoca de procesos parecidos a los de Baleares. Estos maremotos suelen seguir siempre el mismo patrón: “Se produce un terremoto en el mar, en la zona de Argelia, que genera un tsunami, y éste puede tener nueve orientaciones de propagación, que van desde Alborán a Menorca”, explica Roig. Ese abanico de posibilidades hace que las costas españolas más expuestas a Argelia acaben recibiendo algún día los efectos de estos maremotos.

También en Castelló y en Murcia se han descubierto depósitos de rocas originadas por el tsunami. En el cabo Cope de Murcia son grandes bloques situados a uno o cuatro metros sobre el nivel del mar, cerca del acantilado. Los investigadores los atribuyen a un tsunami generado igualmente al norte de Argelia.

En el caso de Castelló, se pensaba que eran rocas que habían caído desde el barranco, pero Roig ha confirmado su origen tsunamítico, de similares características a los anteriores.

Pero el siglo XVIII no fue el único con tsunamis en las costas mediterráneas de España. En la bahía de Algeciras se han encontrado rocas que los investigadores relacionan con un terremoto ocurrido en Almería en 1522, que afectó a grandes áreas del Mediterráneo occidental. El epicentro habría sido en alta mar, cerca de Alborán, y habría provocado el maremoto que rompió el litoral y dio lugar a esos bloques. También en la bahía de Algeciras se han detectado indicios de otro maremoto, esta vez ocurrido en el siglo IV antes de Cristo, según atestiguan restos arqueológicos.

Los investigadores han encontrado restos en siete emplazamientos diferentes de la costa peninsular, pero creen que otros yacimientos se han perdido para siempre. “En Alicante y Valencia debería haber bloques también, pero es una costa que ha sido tremendamente urbanizada”, explica Francesc Xavier Roig, quien indica que incluso en los lugares donde se conservan bloques, gran parte de éstos fueron utilizados en la construcción a lo largo de los siglos.

El Levante español, «zona de riesgo tsunamítico»

¿Hay riesgo de que se produzca un maremoto en la actualidad? “Por supuesto, puede ocurrir uno tan pronto como colguemos el teléfono”, afirma Roig en su entrevista con Verde y Azul. De hecho, en 2003 tuvo lugar uno, de menor intensidad, que fue claramente perceptible en las cosas del sur de Ibiza. “Comparé los datos que daba la prensa local con los datos del tsunami de 1756 y eran clavados”, señala el geólogo.

“Aunque parezca una exageración, lo cierto es que estamos en una zona de alto riesgo tsunamítico a nivel mundial”, dada la actividad sísmica del norte de Argelia. “El riesgo es evidente, sobre todo si se piensa en la cantidad de gente que hay en las playas en el mes de agosto”, afirma.

Lo complicado es tomar medidas preventivas. Aunque es cierto que se están desarrollando sistemas de alerta para prevenir las consecuencias de los maremotos y actuar antes de que lleguen a la costa, “eso funciona mejor en el Pacífico que en el Mediterráneo”. “Allí, desde que se desencadena un tsunami hasta que llega a la costa pueden pasar horas, porque la distancias son grandes, pero en nuestro caso la ola llega en cuestión de minutos”, añade.

Artículo de referencia: https://sge.usal.es/archivos/REV/33(2)/RSGE33(2)_p_17_30.pdf

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