Crítica
Los fantasmas tristes
Reseña de 'La buena letra', de Celia Rico Clavellino, en la Sección Oficial a Concurso del Festival de Málaga

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Víctor A. Gómez
LA BUENA LETRA
Dirección y guión: Celia Rico Clavellino
Reparto: Loreto Mauleón, Roger Casamajor, Enric Auquer, Ana Rujas
En tan sólo tres largometrajes Celia Rico Clavellino ha desarrollado un estilo identificable: sus películas son despaciosas, delicadas en la forma pero de gran potencia emotiva; se benefician de esa aparencia de sencillez que esconde un dominio técnico formidable (la composición de planos exquisita, el saber darle a cada escena su duración exacta), que jamás se pone en el camino de lo que se quiere comunicar sino que, más bien, lo destaca y nos lo acerca. Todo eso se da en 'La buena letra', su largometraje más conmovedor, una pequeña lección de cine planteado desde la inteligencia y la sensibilidad.
La autora de 'Viaje al cuarto de una madre' (2018) y 'Los pequeños amores' (2024) nos traslada a una posguerra abatida, con el aroma amargo de la achicoria y el atronador silencio del hambre y el miedo, y nos presenta a Ana (extraordinaria Loreto Mauleón), mujer dignísima, orgullosa y correcta, a veces severa, que observa todo lo que sucede a su alrededor eternamente ocupada en mil quehaceres. Su mirada, callada y discreta, nos guía, casi sin salir de la casa, por la desesperanza de la época y muchas de sus cuestiones fundamentales (los que perdieron y los que ganaron, las mujeres y los pantalones, los ideales y el progreso personal), siempre a través de detalles, sin parlamentos engolados ni alegatos.
Pero bajo esas formas suaves, sin estridencias, hay decisiones radicales en la película; por ejemplo, la escena del baile del matrimonio protagonista en su dormitorio al son de 'Amar y vivir', de Antonio Machín, en la radio del salón: Rico deja sonar la canción entera, para mostrarnos, en un solo plano, los rostros de la pareja abrazada, que gira al compás del bolero; es un prodigio de montaje interno que no busca asombrar, abrir bocas, sino que es útil, aporta información y, por tanto, emociona. La directora dispone de un talento nada común, el de saber aprehender un momento, exprimir su significado y comunicárselo al espectador.
Mesurada, incluso en la explosión final tras la tragedia inevitable; de una tristeza profunda pero tersa, 'La buena letra' explica por qué al ver las fotos de nuestros familiares a los que tocó vivir entonces nos parecían, como dice la pequeña Anita, "como fantasmas", bajo el silencio, la soledad y la desgracia.
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