Escribe acertadamente Martín Caparrós que antes fue el turista que el turismo. De forma que cuando se convierte en industria y generador de recursos económicos debe mimar especialmente su origen, que es quien le da sentido.

Así, no son pocos los que han aprovechado el puente y la semana del Pilar para adentrarse y descubrir la provincia de Teruel. Pero, según nos comentan algunos viajeros, pareciera que dicha semana se acabara el martes, día del Pilar, por la tarde. A partir de dicho momento no era sencillo encontrar establecimientos, restaurantes especialmente, en la capital. Y no digamos en la provincia, con contadas y magníficas excepciones, a partir del miércoles, con demasiadas persianas bajadas.

Una situación que parecía superada, pero que persiste aún en bastantes zonas aragonesas que pretenden vivir del turismo. Quizá no entiendan, o no les hayan explicado, que no vale con abrir cuando vienen las avalanchas de forasteros y cerrar a cal y canto al marcharse la mayoría. Los visitantes, especialmente aquellos que practican el viaje fuera de temporada, también usan los recursos, bares, restaurantes, hoteles, museos, etc., si es que permanecen abiertos.

De la misma manera que la mayoría de las tiendas no están todo su horario a rebutir —ojalá—, la oferta hostelera y cultural debe mantenerse en el tiempo, aunque sobren camas y mesas. De lo contrario, los interesados mirarán hacia otras zonas, que tienen ya resueltas estas carencias.

Nada más triste que estar contemplando jubilosamente nuestro bello paisaje otoñal, con los árboles cambiando de color, a la par que consultamos frenéticamente el móvil buscando un lugar para cenar o suplicamos en el bar un par de bocadillos para pasar la noche en nuestro refugio rural. Es lo que hay.