De la combinación jueves y pincho surgió hace años una curiosa práctica en un puñado de calles de la Magdalena, uno de los barrios con más solera de Zaragoza. Una iniciativa impulsada por un grupo de bares de la zona, que proponía un plan infalible para los jóvenes: tomar un vino, una caña o un agua, acompañado de una suculenta tapa, al módico precio de dos euros. Y quien dice, claro, uno dice un montón. Así lo recuerda en su último número la revista Viajar.

Y así se viene desarrollando el 'juepincho', todos los jueves, alrededor de las siete de la tarde, en lo que muchos llaman el ‘Malasaña zaragozano’. Un distrito que toma el nombre de su iglesia más emblemática y que está atravesado por las calles Heroísmo, San Jorge, Mayor y Estudios, que conforman en la capital maña una de las grandes rutas del cañeo. 

Tapas de calidad

Más de 40 bares se adhirieron pronto a esta tradición, que se inspira en otras similares de San Sebastián, Vitoria y Pamplona, y que supone una variedad de propuestas en lo que a los pinchos se refiere: desde tapas sencillas y tradicionales, a bocados más elaborados y con cierto toque vanguardista. Eso sí, el denominador común es la calidad/precio. Los establecimientos ofrecen unas 4 o 5 tapas, unas veces fijas y con pequeñas modificaciones, otras veces una pura sorpresa que varía cada jueves. Ni siquiera faltan las tapas vegetarianas, veganas y aptas para celiacos para que todos los asistentes tengan opción de disfrutarlas.

El bar Estudios en la calle Estudios, especializado en quesos y tablas

Con la pandemia, esta tendencia, como tantas otras cosas, quedó paralizada. Y al barrio de la Magdalena se le apagaron los jueves. Ni cañas, ni vinos, ni tapas a dos euros. Las continuas restricciones, incluso después del confinamiento, hicieron muy difícil su restauración.

También los martes

Por suerte, hoy todo ha vuelto a la normalidad. Incluida esta ruta que va de bar en bar entre amigos y mucho ambiente. El 'juepincho' es otra vez lo que fue y en su honor empiezan a aflorar nuevos negocios con una oferta gastronómica muy especial. Las calles que lo desarrollan no sólo son una cita ineludible para los zaragozanos sino también una referencia gastronómica incluso para los turistas.

Y es que muchos no lo saben, pero la capital aragonesa es una anfitriona de honor para el viajero foodie. Su arraigada costumbre de un tapeo elevado a la categoría de religión viene probada no sólo por este ritual de los jueves, sino también porque fue la primera ciudad en apuntarse a ‘Nos vamos de bartes’, un proyecto que incluía en los bares talleres de escritura, conciertos, monólogos e intercambio de idiomas para fomentar el consumo los martes.

Terrazas en el Tubo Jaime Galindo

Clásicos de ahora y siempre

También está la incorporación reciente, como en toda ciudad moderna que se precie, de un gigantesco mercado donde también tomar el aperitivo: Puerta Cinegia Gastronómica, en el que se conjuga turismo, cultura e historia.

Y ello por no hablar del centro de peregrinaje que supone el más famoso barrio de Zaragoza. Hablar de esta ciudad es hacerlo (con permiso de El Pilar) de El Tubo, apenas un par de manzanas en el casco histórico, cuyas retorcidas calles están, cómo no, flanqueadas de bares.