Somos muchos quienes estos días recibimos en casa a familiares y conocidos, que vienen a disfrutar de las diferentes semanas santas aragonesas, o bien quedamos con ellos para, entre otras cosas, disfrutar de nuestra hostelería; la que no ha cerrado por vacaciones. Pues son ya bastantes los restaurantes de cierto nivel que han optado en Zaragoza capital por tomarse unas vacaciones, significativo hecho.

Y, bastantes de los muchos, por convicción, no los llevamos a comer cachopos, ramenes, arroz tres delicias o cualquiera de las propuestas de las cada vez más extendidas franquicias. Procuramos que se sientan en otro lugar, aquí precisamente, por lo que apostamos por nuestra gastronomía, la que no pueden disfrutar en sus lugares de origen, salvo que la practiquen ellos mismos. Desde el ternasco a las borrajas, pasando por el congrio –amenazado de extinción–, las verduras de temporada –llegan ya los espárragos, los bisaltos, las alcachofas– o el aún desconocido esturión.

Por más que en Zaragoza dispongamos de la oferta de las jornadas Gastropasión, somos bastantes los que cada vez tenemos que indagar más para que nuestros amigos sientan que están en Huesca, Zaragoza o Teruel y no en un establecimiento similar al que tiene en su lugar de origen.

Ciertamente, cada cual es libre de acudir a comer donde quiera y elegir lo que se le antoje; es el mercado, amigo. Pero de la misma forma que cuando viajamos nos gusta saber, al comer, que estamos en Andalucía, Asturias o el sur de Italia, al que viene también le place. Quizá estemos cansados de comer borraja, pero quizá el forastero descubra un manjar no esperado o guisos no habituales en su tierra, como el chilindrón.

Seamos pues, al menos estos días, embajadores de nuestra gastronomía diferenciada, que viene a ser lo mismo que luchar por la supervivencia de nuestros productores rurales, agricultores y ganaderos, y por esa hostelería singular, que cada vez lo tiene más difícil para subsistir.