Nos encontramos en la semana grande de Zaragoza, nuestras Fiestas del Pilar, y por ello les traigo algo especial. Me van a disculpar, si como es lógico esperaban una receta «normal» esta semana, pero escribí estas líneas mientras escuchaba de fondo 'Yo soy locura', un antiguo episodio del programa de Radio 3 'Extrañas Heterodoxias', dirigido por Francisco Contreras Molina, Niño de Elche. Puede que parte de esa «locura» haya terminado aquí, aunque, más que locura, yo lo llamaría amor y libertad.

El folio en blanco pidió esto, y él es soberano, yo solo me limito a rellenarlo mientras me muevo entre botellas y clientes, confidentes amigos que escuchan y plantean preguntas en la barra de madera de Moonlight (e)xperimental Bar. A ellos y a todos vosotros, gracias o disculpas, cojan lo que más les satisfaga.

Esta semana vamos a realizar un cóctel imposible, nadie puede replicarlo a su antojo, es un privilegio para aquellos que lo disfrutan y un premio para los que lo descubren por casualidad. Voy a descomponer Aragón y exponer su alma a modo de receta, para que no se pierda ni se olvide, para ensalzar y honrar aquello que tanto amo, nuestra tierra, mi gente.

Basílica del Pilar. Joan Bebop

Es una receta laboriosa, pues requiere de unos 1.200 años para poder darle la forma y el gusto requerido, pero tranquilos, no necesitaremos esperar tanto, grandes hombres y mujeres ya recorrieron ese camino por nosotros.

Necesitaremos unas tierras duras, pero ricas, para formar el carácter tosco y noble que mantiene nuestro sabor. Cereza, cebolla, melocotón, cardo, tomate, borraja, huerta... la huerta. Campo, ternasco, trufa, vino, arroz, aceite, miel, cerveza, queso, jamón. Lo infinito y sublime como límite.

En mi caso, verano huele a aceite, La Puebla de Híjar lanza ese aroma de camino a las piscinas, pero, de pequeño nunca escuché que somos tierra del oro líquido, ¿cómo podía ser?, el aceite viene de Jaén, es producto de tierras andaluzas ¿no? cosas de niños... cosas que aún quedan en algunos adultos, pero ya no en mí, llevo aceite, ciruela, garnacha, y otros muchos por bandera, pues somos tierra de todo y muy bueno, eso aprendí al hacerme mayor.

Otoño es seta y caza, marrón, naranja y rojizos colores. Invierno es chocolate, castañas, consomé, guirlache, manta, nieve y niebla. Primavera es flor, sol, polen, parque y calle.

Más de lo que creemos

Somos más de lo que creemos, pero humildad también es ingrediente, lo deberíamos usar con medida, pues puede ensombrecer la grandeza de nuestra mezcla, y no nos debe dar miedo racionar la humildad, no corremos riesgo de caer en soberbia, ella no existe en nuestra despensa.

Río, montaña, desierto, bosque, nieve, valle, cima, todo. Vergel como despensa, inmensa y poco valorada, también condición de nuestro ser, el menosprecio a lo propio y la alabanza a lo externo, nuestro sabor amargo existe, pero toda receta necesita equilibrio, dulce más dulce empalaga, los toques amargos dan complejidad a una buena bebida, y claramente la tenemos. ¿Qué podíamos esperar de una cosecha con semejante tiempo? Frío es frío, calor es calor, contraste, dureza, no hay tregua, y aun así sabemos a sonrisa, a verdad y corazón.

Pondremos en nuestra receta diversidad, buena cantidad de ella, y bien recibida, pues el aragonés puede haber nacido en Huesca, Zaragoza o Teruel, pero también en Madrid, Lugo, Lagos, Pereira, Buenos Aires o donde sea, que lo nuestro se contagia, engancha y trasforma, nos transforma y enriquece. Aragón es cóctel de mucho y de muchos, para mí el más grande, el más completo y rico. Mi cóctel favorito.