VIRGEN DE LA PEÑA DE ANIÉS

La leyenda del cazador que mira hacia Loarre

Envuelta en una leyenda repetida, esa del piadoso cazador que detrás de una presa escurridiza se iluminó de una aparición virginal, la belleza de la Ermita de la Virgen de la Peña de Aniés reside encajada en el cobijo rocoso de la Sierra de Caballera. Mirador hacia la planicie de la Hoya de Huesca, este evocador lugar permite una andada familiar de media jornada desde Aniés o, algo más, si se acomete desde Bolea, villa que merece una visita en tranquilidad.

Desde Aniés es fácil descubrir al norte la salida por una pista en la que se asciende entre casas de campo y se adentra en un pinar. A los tres kilómetros de recorrido se toma un sendero que parte de la orilla derecha. El repecho se afina en un camino accesible que va atrochando ante las lazadas de la pista. Sin un esfuerzo excesivo, y con la protección de la sombra, se alcanza la base del muro que esconde el santuario. Tras otro tramo de pista, se acomete la subida final que ha sido acondicionada con peldaños y quitamiedos ante el desfiladero, del que caen chorros de agua que son fuente en un pequeño merendero. El ascenso permite contemplar un horizonte de toda la llanura oscense y el brillo del inmenso castillo de Loarre.

El conjunto de la Virgen de la Peña cuenta con una ermita y una casa del ermitaño que son visitables en esta época (el precio es de dos euros y medio) gracias a un guía en horario de 11.00 a 14.00. Entre las dos edificaciones cala un salto que alimenta un pozo. 

El regreso a Aniés puede configurarse en una excursión circular. Para ello, nada más salir del recinto se asciende hasta el cogote del mallo para alcanzar una pista que desciende directamente hacia el pueblo y se junta con el camino de ida después de cruzarse el desvío que nos llevaría a Loarre. 

ERMITAS DE YEBRA DE BASA

La precipitación más fotogénica del Serrablo

Quizá sea esta la ruta por antonomasia de las duchas eremitas. Yebra de Basa es icono del Serrablo en todas sus estaciones, siendo ahora, tiempo de mayencos, uno de sus instantes de máximo esplendor, pidiendo permiso a la visión congelada del invierno. El recorrido finaliza en esta estampa repetida, pero lo alargaremos para visitar las oquedades y ermitas que escoltan el Monte Oturia. Son cinco horas largas de andar unos 13 kilómetros y sudar un desnivel total de 700 metros de ascenso.

Partiendo del pueblo de Yebra de Basa, acostado en el tramo de carretera transpirenaica que une Sabiñánigo con Fiscal, se toma al norte una pista asfaltada de la que pronto arranca otra de suelo natural con dirección a las cuevas de Santa Orosia y alcanza la primera ermita, la del Augusto.

Aquí se continúa por la pista hasta rebasar el barranco que reduce la anchura en un sendero empinado que pasa por las ermitas de Escoroniellas y las Arrodillas como paradas de descanso.

Ermitas de Santa Orosia. SERVICIO ESPECIAL

El cansancio pronto tendrá su recompensa completa. Varias lazadas son la distancia impuesta por el esfuerzo final hasta alcanzar la fotogénica composición que firman las ermitas de San Cornello y de la Cueva junto a la cascada del Chorro. Se reconocerá pronto el singular recodo con gotero.

Para regresar hay que mojarse, darse el gusto de rebasar la precipitación por la estrecha cornisa de piedra. Al cruzar mojado el cauce se desciende hacia otras dos pequeñas edificaciones, ermitas de San Blas y de Santa Bárbara, donde vuelve a picar ligeramente hacia arriba hasta divisarse la última de las casas eremitas, de la Cruz o del Zoque. Desde aquí la pista nos lleva al santuario de Santa Orosia, en romería bailonga el 25 de junio, desde donde descontamos por pista los pasos al pueblo. 

SAN MARTÍN DE VAL D’ONSERA

El tañido de la campana que resuena por Guara

La magia de San Martín de Val d’Onsera evoca los tiempos medievales en los que, se dice, aquí habitó San Urbez y acudían los reyes aragoneses atormentados para rogar al santo por la fecundidad de su linaje. En el entramado de conglomerados del Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara, este rincón toma su nombre del pasado remoto, cuando en estas tierras había osos y no sólo cabras salvajes y buitres vigilantes, únicos habitantes del ahora.

Para poder tocar su campana y entrar en su altar rupestre bajo la piedra, hay que caminar unos siete kilómetros partiendo de la población de San Julián de Banzo, en el término de Loporzano.  

El circo rocoso de Val d’Onsera esconde la rupestre de San Martín. S. R. A.

Por una pista se accede a un aparcamiento desde donde se divisa cerca el Salto del Roldán. Señalado, parte un sendero GR de bajada al barranco por donde nos internamos en su fondo seco. La caminata se estrecha hasta la Puerta del Cierzo entre vías de escalada. Al poco, se marca, con una funesta placa que recuerda a un vecino fallecido, el paso de La Viñeta, más rápido, directo y expuesto al vacío, poco recomendado. Se puede y debe solventar la pendiente por el llamado Camino de los burros, que alcanza el mismo collado de San Salvador, que asoma el impresionante agujero natural.

Se baja por un camino que en ocasiones está excavado o traspasa piedra lisa con cadena o pasamanos para mayor seguridad, sobre todo si está mojado. Con cuidado se alcanza el fondo del barranco que hay que remontar en unos escasos metros para obtener el premio de la vista de la ermita sobre la que destrepa una cascada de 30 metros. Este domingo se realizaba tradicionalmente la romería hasta el lugar de los vecinos.