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Movistar Plus

"Poquita Fe" y la herencia de los Alcántara

La segunda temporada de la serie de Movistar Plus ha saciado nuestras expectativas, inyectando un poquito de color a nuestros días más grises

José Ramón y Berta buscan piso en la segunda temporada de Poquita Fe.

José Ramón y Berta buscan piso en la segunda temporada de Poquita Fe. / Redacción

José Antonio Martínez Perallón

Era uno de los regresos más esperados y no ha decepcionado. La segunda temporada de Poquita Fe en Movistar Plusha saciado nuestras expectativas, inyectando un poquito de color a nuestros días más grises. Una serie otoñal que nos evoca los mejores momentos de la primavera. Nadie como José Ramón (Raúl Cimas) y Berta (Esperanza Pedreño) para hacer más llevadera la rutina después de las vacaciones. Esta serie ha conseguido hacer arte con la cotidianidad, alcanzando momentos delirantes que arrancarán las carcajadas de sus seguidores. Alternando momentos de falso documental y de ficción propiamente dicha, la pluma de Pepón Montero y Juan Maidagán, responsables de la serie y artífices de otros éxitos televisivos como Camera Cafe, sigue disparando gags a la velocidad de una ametralladora, dejando un volumen de momentos memorables tan alto, que ya querrían para sí muchos otros de los títulos que pueblan la oferta televisiva.

En Poquita Fe, los conflictos más grandes surgen de los detalles más pequeños. Aunque en esta temporada se han centrado en un problema que trae de cabeza a miles de españoles: la dificultad para encontrar vivienda. Si en la primera temporada asistíamos a un año en la vida de la pareja, en esta nueva entrega los acompañamos en los ocho meses que pasan buscando piso. Casi el equivalente a un embarazo. Una situación que les hace tener que volver a vivir en casa de sus padres y que causa numerosos problemas de convivencia. La serie ha conseguido trascender su concepto inicial y ampliando este universo. A la pareja protagonista ya la conocíamos de sobra, pero los secundarios siguen creciendo. Aunque de ellos nos cuesta recordar sus nombres y para nosotros son simplemente los suegros, la madre, la hermana, el amigo... ¿alguien sabe cómo se llaman? Posiblemente no, pero no importa, porque todos conocemos a alguien de nuestra vida cotidiana que son como ellos. Es imposible no esbozar una sonrisa cuando nos acordamos de la serie en un otoño muy dulce para la ficción nacional.

En un momento en que la actualidad atraviesa momentos de continua crispación y polarización, Poquita Fe refleja un mundo en el que esas estridencias parece que han quedado de lado. Solo se deja constancia de ella en un momento hilarante en el último episodio de la temporada, reuniendo en una escena al clásico protestón harto de que le digan que en la Administración solo atienden con cita previa y a un taxista. Pese a la ausencia de la crispación, la serie no está para nada despegada de la realidad. Esa mirada conecta con el legado que nos dejó el cine costumbrista de los años del franquismo en películas como El pisito, El cochecito o El verdugo, en los que se retrataba con humor resignado como era la vida de la clase media. De Marco Ferreri a García Berlanga, pasando por el legado del ya clásico televisivo Cuéntame como pasó. Obras en las que se plasmaba la sociedad de los años de la dictadura, la transición y los primeros gobiernos democráticos. La serie ha pasado a ser heredera de todos estos títulos y recoge el testigo de mostrar cómo es la vida de la gente de la calle. Berta y José Ramón han pasado a ser los nuevos Alcántara, pero no puede decirse que su vida les depare muchos lujos.

Sus protagonistas viven días grises, pero en su universo el gris brilla más que cualquier otro color. Poquita Fe deja claro que necesita ni amarillo, ni fucsia, ni azul para brillar con luz propia. La discusión sobre quién se sienta en el sofá, la espera frente a un táper de macarrones seco en el microondas, el último ligue de Tinder del vecino o los mensajes de WhatsApp absurdos dentro de un grupo familiar convierten la rutina en comedia. El humor puede nacer también del gris, no solo de los colores más brillantes. Si Cuéntame cómo pasó, mostraba la transformación de España durante los años 60 y 70, en Poquita Fe se refleja la España de hoy. Menos épica, más cansada, pero igual de humana. Berta y Ramón son los nuevos Alcántara de la rutina atrapados entre la precariedad emocional y los pequeños conflictos diarios. Todos tenemos esas pequeñas anécdotas a lo largo de la rutina cotidiana que nos hacen los días más llevaderos. Chascarrillos que suelen ser recordados durante las conversaciones cotidianas y que nos hacen más soportable la rutina. Por mucho que se les tuerzan las cosas a los dos, siempre estaremos esperando a que las cosas vuelvan a arreglarse para ellos.

La buena acogida que ha tenido esta nueva entrega de la mejor comedia española del momento, nos hace albergar la esperanza de que quizá tendremos una tercera temporada. Aunque ya sabemos que en este país es muy raro que algunos títulos se prolonguen mucho más allá de la tercera entrega. Quizá no hace falta un milagro para seguir creyendo. Basta con tener un poco de fe.

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