El naufragio del Prestige es, sobre todo, el naufragio de la sensatez en la conducción de una emergencia pública. De la quinta emergencia medioambiental que golpea en una zona concreta de las costas gallegas en treinta años. Los naufragios de los petroleros Polycomander, Urquiola, Andros Patria y Aegean Sea pusieron de manifiesto en el pasado el alto grado de exposición de ese extenso arco de fachada atlántica significativamente conocido como Costa de la Muerte.

Sus altos acantilados, sus traidoras corrientes y una climatología brava y hasta perversa propician el naufragio de buques envejecidos, algunos verdaderos derrelictos, y complican habitualmente las tareas de rescate marítimo. Por encontrarse próxima a una de las rutas de navegación más transitadas del mundo, hay que dar por seguro que allí, antes o después, siempre habrá emergencias. Siempre habrá peligro de vertido de las materias peligrosas o contaminantes transportadas por barco.

Es injustificable, por tanto, el actual fallo de los planes de contingencia --si es que alguna vez los ha habido-- y la inadecuación de medios materiales y personales para minimizar la catástrofe ecológica, económica y humana del vertido de fuel.

Fiar a los vientos la solución de esa catástrofe es tentar a la suerte y al sentido común. El Estado español ha vuelto a fallar en Galicia. Hemos dado pruebas de lamentable negligencia y nuestra modernidad ha quedado con el culo al aire. No era inevitable.

*Periodista