Mi competente colega Sergio R. Antorán ha destapado un nuevo episodio del affaire o culebrón Kournikova. Ahora resulta que mientras el Ayuntamiento de Zaragoza cubría de oro a la presunta campeona rusa, y prestigiosa modelo, proponía ladinamente a las tenistas aragonesas que participasen en el bolo, vistiendo el circo y proporcionándole la ilusoria categoría de la promoción deportiva, por amor al arte. Una se llevaba los euros y las otras la palmadita en la espalda. Qué bochorno.

Mientras continuamos sin saber el alcance del roto, somos bastantes los que pensamos que el encuentro previo, el celebrado por las jóvenes María José Sánchez Alayeto y Marta Fraga, tuvo bastante más interés que el cruce estelar. Dignísimas herederas de nuestra campeona de España, Eva Bes --quien, por cierto, recibe como ayuda consistorial una auténtica limosna, a cambio de pasear el logo municipal por medio mundo--, estas dos jóvenes tenistas, y otras, como María Pilar Sánchez, Sabina Mediano, etcétera, luchan contra los elementos económicos por instalarse en el selectivo circuito WTA. Su nivel, muy alto ya, como pudo comprobarse en el Príncipe Felipe, hace augurar grandes alegrías para el deporte aragonés. Con la bolsa de hora y media de Kournikova se podría haber impulsado las carreras de todas nuestras juniors, y por supuesto de deportistas tan ejemplares y sacrificadas como Eva Bes.

Pero no sólo en el tenis, y en el deporte, en general, se originan semejantes discriminaciones, no sólo ya consentidas, sino estimuladas o planificadas desde las cúpulas de los poderes públicos.

La cultura es otro ejemplo patético. A la reivindicación oportunamente formulada por Enrique Bunbury desde el balcón de la Plaza del Pilar, durante su hasta cierto punto crítico Pregón, hay que sumar voces como la del cantautor Angel Petisme. El músico de Calatayud expresaba recientemente en estas mismas páginas su disgusto e impotencia por el hecho de no poder trabajar en Aragón al nivel que su talento y su carrera deberían corresponder. Los escasos recitales contratados por temporada obligan a Petisme --por otra parte siempre dispuesto, en múltiples ocasiones de manera desinteresada, a arrimar el hombro por causas de la tierra-- a residir en el inhóspito Madrid. Exactamente lo mismo sucede, año tras año, con nuestros pintores, escultores (¿cómo es posible que no asistiera una sola autoridad al funeral de Carlos Ochoa?), escritores, dibujantes, actores, poetas. Las instituciones no encuentran el menor inconveniente a la hora de traer a golpe de talonario a firmas y rostros de creación mediática que pocas veces justifican sus cachets, pero cuando se trata de contar con los artistas aragoneses, entonces no hay un duro; entonces, para solidarizarse con las exhaustas arcas de la cosa pública, hay que jugar, redactar, cantar, colaborar por el morro.

Una sociedad así regida, así rendida a las leyes bastardas de los mercados publicitarios, jamás podrá reunir una comunidad creativa, competitiva, de primer nivel. Su sucedánea actualidad será un eco de otros ecos.

*Escritor y periodista