Un último esfuerzo de generosidad de Alemania permitió que el viernes naciera en Copenhague la Europa de 25 Estados, con la incorporación a los Quince de las 10 naciones de Centroeuropa y el Este que firmarán su adhesión en abril en Atenas. La mayoría estaba hace 13 años en el bloque soviético, dato que por sí solo indica que el giro es histórico. Es la primera vez que Europa se une de forma pacífica y libre.

Pero, una vez apagado el eco de las frases solemnes, hay que reconocer que las dificultades serán enormes. El tira y afloja final con Polonia, que exigía más dinero para defender ante sus agricultores las bondades del ingreso, es el síntoma de una ampliación que llega en un momento de crisis económica y política de la Unión Europea (UE) y cuya mayor contradicción es que se hace con menor generosidad hacia países más pobres que los incorporados anteriormente. La mitad de los nuevos socios no alcanza el 50% de la renta media comunitaria y en conjunto representan un 20% de la población de la UE, pero sólo el 5% de su riqueza. Todo ello hará más inevitable la Europa de varias velocidades y una reforma política que no malogre la extraordinaria importancia de la unificación.