Mientras en gran parte del mundo occidental se celebran las fiestas navideñas, con el sempiterno lema de "paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad", el país líder de ese mundo occidental continúa con sus preparativos de guerra. Mientras la costumbre italiana del belén multiplica las pequeñas maquetas de una aldea pequeña y feliz, donde el nacimiento de un niño provoca una romería de solidaridad, en el Belén de verdad las tanquetas se han retirado unos metros, los controles militares se espacian, para volver seguramente hoy, porque Belén, donde nació el palestino y judío Jesús, está tomado por las tropas de Israel.

Esta mixtificación escandalosa no asombra a casi nadie. En realidad, estamos educados en la cultura de la mixtificación, y, sin ánimo de odiosas y desequilibradas comparaciones, recuerdo, cuando el ropaje militar de la revolución cubana, el chaquetón del Ché Guevara se transformó en prenda de moda en los grandes almacenes de las ciudades regidas por el capitalismo que la ingenuidad de aquél asmático pretendía combatir. Jesucristo ha sido el protagonista de una ópera rock de muchísimo éxito --Jesucristo Superstar --, de tanto éxito como El fantasma de la ópera , y en el interior de la catedral de San Pablo, en Londres, suena la máquina registradora cada vez que un visitante saca un ticket para visitar el santuario levantado en honor de Aquél que, según cuentan, la emprendió a latigazos con los comerciantes que había dentro del templo.

Hace unos días estuve cenando en casa de unos amigos y admiré el belén tradicional que habían instalado en un rincón del salón, donde no faltaba ningún bucólico detalle. Al día siguiente, a través de una cadena de televisión alemana, ví en una calle de la ciudad de Belén a unos soldados sometiendo a registro a dos civiles. Creo que hace dos milenios era más fácil nacer y sobrevivir en Belén. Pero a casi nadie escandaliza este notable retroceso.

*Escritor y periodista