No sé si han visto algún ejemplar de merluzo rampante aunque, dada la extraordinaria proliferación de este tipo de bichos --mayor y más dañina incluso que la del mejillón cebra--, es muy probable que no sólo lo hayan visto, sino que lo padezcan. Se trata de un espécimen aparentemente anodino, incapaz de articular una frase con sustancia o de hacer algo a derechas ni siquiera en lo que se supone que sabe hacer. Cualquiera pensaría que este animal estaba condenado a perecer en el durísimo mundo de la competencia evolutiva. Pero quiá, no es que no perezca, es que engorda.

El merluzo rampante frecuenta el hábitat de la Política, o el de las grandes empresas, o el de las letras y las artes, dada su formidable capacidad de adaptación. Suele adoptar indumentaria gris, habla poco y siempre bobadas que cree de buen tono, pregunta por la familia y aparenta interesarse aunque no se entera de nada, va a misa los domingos, no fuma, apenas bebe, no dice una palabra más alta que otra y sonríe constantemente al tiempo que estrecha cualquier mano cercana. Y, con esos méritos, asciende y llega a ocupar puestos de gran relevancia social y profesional.

No es el único ser vivo que practica el parasitismo, pero éste resulta particularmente peligroso porque, cuando ocurre algo que requiere tomar decisiones, es él quien las toma y pasa lo que pasa.

Atentos a él. Yo ya les he dado pistas para identificarlo, y el que avisa no es traidor.

*Periodista