Ahora que cualquier botarate puede comprarle un clon a los raelianos y tener un niño senil enfermo y desgraciado, que la TV vomita un anuncio navideño de perfume donde un perro se aparea con la pierna de su ama, que asistimos en Vélez-Málaga a la tragedia de un bombero que se encuentra en las entrañas de un fuego pavoroso el cadáver calcinado de su propio hijo, que el Imperio afila sus navajas para llevar de nuevo la muerte y la ruina a millones de inocentes que ya padecen los crueles rigores de una tiranía, ahora que los poetas se extinguen porque no queda oxígeno, que ventilen el enfisema de sus almas, que tipos embriagados y brutales golpean con saña crepuscular a sus compañeras, ahora que el mar que nos baña y alimenta se ahoga en bascas de fuel, ahora sólo nos queda el amor para afrontar un nuevo año en estas lamentables condiciones. El amor. El amor que no es el del idiota que quiere perpetuarse esparciendo réplicas de sí por el mundo, ni el que concibe el publicitario ingenioso, ni el de los poderosos sin corazón hacia sus riquezas amasadas con la sangre de los otros, ni el que sienten hacia su patria los que la hacen más y más inhabitable, ni el posesivo y demente amor del que lastima y mata lo que ama. El amor que nos queda es, por fortuna, esa clase de único amor posible que ha llevado a tantos españoles a socorrer con su manos el mar y sus orillas. Otra cosa no nos queda. Sólo el amor, la capacidad de amar, la leche y la miel de la vida, ese combustible, esa potencia mágica y real que obra el milagro de la fascinación por seguir vivos. Feliz año nuevo.

*Periodista