El candidato del Partido Aragonés a la Alcaldía de Zaragoza, Manuel Blasco, acaba de poner su candidatura de tiros largos, con acto formal de presentación e insólita asistencia al mismo de sus dos más directos rivales en los próximos comicios de mayo: José Atarés y Juan Alberto Belloch.

Por más memoria que hago no consigo recordar un precedente de semejante y palaciega cortesía. La naturaleza parlamentaria, que es predatoria por definición, no suele inspirar gestos de tal desprendimiento o gallardía. Sin embargo, en esta anómala y noticiable circunstancia, la complacencia protocolaria, siquiera estratégica, ha alcanzado un grado superlativo.

Después de haber hecho lo imposible, durante dos décadas, por aniquilar al partido nacionalista, podría traducirse ahora que los más fuertes en la selva electoral, PP y PSOE, están en campaña con o a favor del PAR. El tigre protege al cervatillo. ¿Dónde, sino en esa ciencia inexacta, en esa loca veleta que es la política se producen, con absoluta normalidad, y sin apenas transición, tales giros copernicanos?

Para explicar y explicarse a sí mismo el raro magnetismo de la fuerza motriz que representa, Blasco no se ha expresado en términos de ideología, sino de confort. Si se encuentra cómodo, pacta; si, en el curso de la negociación, llega a sentirse ignorado, incomprendido, incómodo, no pacta.

Con Lanzuela y Rudi, por ejemplo, Blasco afirma no haber encontrado la postura. Haberse sentido incómodo, rígido, poco estimulado, por lo que no pactó.

Con Iglesias, en cambio, su grado de calor y confort aumentó estimablemente. Tras el primer viaje astral de sus cuerpos electorales, un perfumado bálsamo fue aceitando la gimnasia gubernamental, hasta fundir sus miembros, casi sus almas.

También la postura de Atarés, su capacidad, si no para volar, sí para flotar (no sólo Narcís Serra poseía una zodiac), le ha venido resultando a Blasco de lo más mullida y neumática. En ese colchón de caucho, a salvo de naufragios y trasvases, se fueron conociendo, acomodando , encendiéndose en tumultuosa y compartida pasión, que aún dura, y durará, acaso.

Justo lo contrario que le sucedió al concejal aragonesista con Belloch. Si al principio se sentían cómodos, hasta el punto de que holgaron juntos en la cama redonda de la moción, sobrevino después un oscuro ámbito de sospechas y celos. El PAR no estaba a gusto en su trío con la CHA, y la edénica desnudez de la oposición le hizo sentirse incómodo. Blasco y Belloch pasaron de repartirse el coto municipal a cultivar la hosca distancia del silencio; hasta que El juez rompió el hielo cumplimentando al socio del alcalde.

Llama la atención, en este muestrario del confort político, sus placeres y gozos, la ausencia de Chunta. Ignorante del éxtasis adulterino, y todavía sin engrasar por el hábito del maritaje, dicho nacionalismo intacto se muestra reacio a los refinamientos y kamasutras del poder. Con CHA no hay relajación, juegos de manos, quejidos, susurros, ni siquiera un loco revolcón de ribazo; no hay comodidad, vasodilatación, jacuzzi. En su lecho de tablas, duro y sobrio, Blasco se sentía observado, incómodo. De ahí que no se entregó.

*Escritor y periodista