Antaño sólo se perdía el tren por falta de puntualidad y aun eso era difícil porque los retrasos eran una realidad cotidiana.

Hoy, en los pueblos sólo quedan los mayores, porque no partieron o porque han regresado a sus lugares de origen para vivir en paz. Los jóvenes se han desplazado a las grandes urbes en busca de oportunidades y se han habituado a los desplazamientos frecuentes; muchos de ellos, desaparecidas sus reticencias en contra de la vida rural, retornarían con gusto a los pueblos... si pudieran disponer allí de un tren de cercanías rápido y efectivo.

Hoy, los mayores y los jóvenes sueñan con el AVE, música celestial que sólo existe sobre el papel y en las vías ociosas. Y, entretanto, ven desaparecer las líneas de cercanías y, cuando quieren subirse al tren, a cualquier tren, sufren la desidia de un servicio que, con cualquier excusa, los deja abandonados en un anden solitario, rodeados de un material ferroviario obsoleto.

A los ciudadanos no les conmueven demasiado las altas razones de estado, ni apenas les preocupa quién corta la baraja. Pero no desean quedarse sin cartas ni sin tren.

*Escritora