Hace unos días, para mi sorpresa, recibo por correo una factura en la que una empresa que da acceso a Internet, con la que nunca he tenido relación contractual, me anuncia el cargo a mi cuenta corriente de una no despreciable cantidad, como pago anual de unos servicios que yo nunca he contratado con ellos. Compruebo los datos y constato indignado que esos señores tienen mis datos bancarios, mis señas personales y quién sabe qué otra cantidad de datos privados que yo nunca les he proporcionado.

Protesto, claro, en el número al efecto. Una aburrida y machacada telefonista no sólo no me saca de dudas sino que me confirma lo peor. Mis datos, un antiguo contrato anual dado de baja hace meses y para un teléfono que ya no está a mi nombre fueron, por lo visto, cedidos por una empresa que ha sido vendida a la que intenta cobrarme ahora. Es decir, que no sólo le han cedido mis datos sin mi permiso expreso --cosa ilegal-- sino que me han vendido a mí como si fuera un nuevo esclavo moderno.

No contentos con usar lo que no es suyo, estos linces de la mercadotecnia pretenden ahora que les mande un fax a un número concreto donde, además de explicar mis motivos ¡para darme de baja!, debo enviar fotocopia del DNI. Kafka disfrazado de director comercial en plan estricta gobernanta, vamos. Aviso a los miles de inocentes usuarios de servicios de acceso a Internet que, si les ocurre como a mí, no caigan en el garlito, devuelvan el recibo y denuncien, si es preciso, estas prácticas abusivas.

*Periodista