Algunos de nuestros próceres se empeñan en convencernos de que vivimos en pleno siglo XXI, en la centuria de la modernidad, de la velocidad ultrasónica y de esos "baños de internacionalidad" que el alcalde Atarés va anunciando por comedores y cenáculos. Sin que por aquí, por cierto, se deje ver mucho más personal extranjero que el precario emigrante, y sin que la ciudad de Zaragoza suene allende el océano sino por su eterna jota y sus periódicas calamidades geotécnicas: la riada del Ebro o, más grotescamente, la Roca de Alfocea.

Ante la pasividad de las autoridades, incapaces de solucionar un acidente que nunca debería haber pasado de la mera anécdota, este burdo caso de La Roca (tal como algunos nos temíamos), ha dado la vuelta a España. Ofreciendo una imagen tercermundista, en lugar de cibernética, de la ciudad de Zaragoza y su término municipal.

Este periódico, en primer lugar, --sus jóvenes reporteros--, dio la voz de alarma el pasado 8 de julio, cuando una enorme piedra cayó sobre una vivienda de Alfocea, destrozando parte de las infraestructuras y quedando allí, sobre la parte trasera de la casa, como un areolito varado. Otros colegas se interesaron por este roqueño suceso.

Después, el viejo rockero de monegro adentro y diputado Labordeta, que se pasa el día dando la taba en el Congreso, preguntó al rocoso ministro de Defensa, el bélico Trillo, por La Roca. Hasta hoy.

Más adelante, el Ayuntamiento de Zaragoza y el Ejército de Tierra se enzarzaron en una disputa terrenal; ambas instituciones negaron que el monte del que se había desprendido la Roca les perteneciera en propiedad, usufructo o condominio; en consecuencia, dieron largas a su supuesta obligación de retirar el pedrusco del domicilio de ese humilde y damnificado matrimonio de Alfocea compuesto por Pilar Ordobás y Saturnino Gasca. Ni las brigadillas municipales ni nuestros esforzados soldados tuvieron el gesto de coger una grúa, tanque o tractor, o un cartucho de dinamita para volar o liberar La Roca.

La piedra siguió allí, en casa de Saturnino y Pilar, durante todo el otoño.

Llegó el invierno. Nevó sobre La Roca. Saturnino y Pilar pudieron hacer una fotos curiosas.

Su abogado, harto de ir de un lado para otro, del vuelva usted mañana, de que le tomaran el pelo, puso una denuncia al Ayuntamiento de José Atarés, quien, ocupado en otros temas de mayor envergadura, en bañarnos de internacionalidad, no se dio por aludido.

Pasó la cuesta de enero, sin otra novedad que una recusación castrense a su hipotética responsabilidad. El monte del desprendimiento, aseguraron los oficiales, cartografía en mano, era y es de la ciudad. El abogado de la parte volvió al Consistorio, donde se le recordó el artículo de Larra.

La semana pasada un colega de TVE-Aragón fue a Alfocea con las cámaras y grabó un reportaje para el circuito regional. A Urdaci, del telediario nacional, le pareció que la cosa tenía miga, por lo que la ofreció a todo el país.

Y así seguimos, nueve meses después. Enrocados.

*Escritor y periodista