A medida que aumenta la presencia internacional de España en el mundo, disminuyen los votos del partido gobernante en el interior. Y, aunque se haya subrayado el comentario de un articulista estadounidense, comparando a España con Letonia, lo cierto es que nunca nuestros gobernantes habían tenido una presencia internacional tan acusada... ni una desaprobación interna tan extendida.

La historia de Europa es la historia de las alianzas y enemistades entre Francia, Inglaterra, España y Alemania (O Prusia o Austria). Y la constante ha sido que, cuando uno de estos países sobresalía por encima de los otros, los otros se aliaban para evitar una hegemonía indeseable. Y así fue hasta tras la II Guerra Mundial y, sobre todo, hasta el estrepitoso derrumbe de la dictadura soviética, que no pudo resistir el coste de la carrera espacial suscitada por Estados Unidos, y alentada desde los tiempos del presidente Kennedy.

Bush pensaba que sus aliados eran los mismos de siempre más Alemania, se le nota sorprendido de que no haya sido así, y José María Aznar ha hecho la apuesta política más arriesgada de su vida, de cuyo resultado depende la suerte de su partido en las generales del 2004.

Piensa el presidente Bush que Irak puede ser un protectorado democrático, y que, instalada allí la democracia, se contagiará al resto de sociedades teocráticas con la misma rapidez con que se extiende la viruela, y que una vez democratizado Oriente Medio se resolverá para siempre el espinoso y complejo asunto de Israel y Palestina.

Como cuento es bellísimo. Como profecía bastante inverosímil. Como efugio resulta simple. Y, como posibilidad, nos parece remota. ¡Lástima! Una vez que no vamos con la lengua fuera detrás del Reino Unido, de Francia, o de Alemania, que ni siquiera nos dieron nunca las gracias, porque ni siquiera les parecemos Letonia, puede ser que vayamos detrás de una lechera soñadora nacida en Tejas.

*Escritor y periodista