A estas alturas del verano continúa la esquizofrenia crónica de la vida española. Oficialmente, como el Rey se ha ido a la playa y el Gobierno está a punto de hacerlo (a veces se lamenta que no lo haya hecho antes y con mayor asiduidad), estamos de vacaciones. Las teles emiten su basura desde lugares fresquitos o de afamada mundaneidad canicular y el resto de los medios sigue la estela de similares sensaciones. Sin embargo, la realidad del país es muy otra. Hay todavía mucha gente, mucha, que ni tiene vacaciones y otra tanta que las pasa en su casa. La mayoría de los que las disfrutan lo hacen porque tienen un pueblo al que vincularse. Unos pueblos que, fugazmente, viven añejos esplendores demográficos. Luego están los que se funden en unos días los ahorros e incluso otros más alocados que se hacen con esos créditos fáciles y rápidos que tanto anuncian, y cuyo pago condicionará sus haberes durante el resto del año. En definitiva, después del verano, los pobres, la mayoría, estarán más endeudados y serán más pobres. Los ricos, como siempre. Porque las verdaderas vacaciones son para los ricos, o sea, para los que no tienen necesidad de trabajar nunca.

*Profesor de Universidad