La Expo 08 se acerca. Ya le han peinado los tamarices al meandro de Ranillas. Hasta el Ebro baja más suelto, con otro garbo. La ciudad está pasando la reválida. Las visitas de los delegados internacionales son una especie de examen, así que estos días hay que afeitarse dos veces, y no aparcar tanto en doble fila. Mercados hay que se comen con sus contenedores repletos dos carriles de tráfico. Y el mercadillo de la Romareda, cuando sopla un mínimo cierzo, como ayer, invade con miles de bolsas esa milla de oro. Los días que toca visita internacional, hay que ser más escoscados. Mientras dure el examen no hay que sacar a la barra la tortilla de ayer. Bromas aparte, un megaevento como la Expo, o supone un revulsivo general o no sirve para nada. Esto hay que aprovecharlo para mejorar en todo, para buscar esa excelencia que ahora está de moda en los manuales y que es condición para sobrevivir. Hay que subir un poco el listón de calidad de vida, o simplemente ponerlo. Esto vale para toda organización, doméstica o mundial, pues al mínimo fallo la marca más potente se extingue en cinco minutos.

Aparte de convencer y seducir a los delegados internacionales, que son los que han de decidir entre las ciudades candidatas, hay que convencer y seducir a los propios ciudadanos, o sea, a los aragoneses. Y la mejor manera de seducir es que se vayan viendo mejoras en la vida diaria que se puedan achacar a la candidatura de la Expo. La primera mejora en las cosas públicas es la transparencia, la comunicación en tiempo real. Por poner un ejemplo lo más lejano posible --y por desgracia muy actual--, las cajas negras de los aviones, barcos y artilugios de similar envergadura deberían transmitir sus contenidos al mismo tiempo que los graban y colgarlos ya en internet. De esa forma no habría tanta opacidad y tanta posibilidad de mangoneo, aplazamiento y, en definitiva, chanchullo. Y este caso extremo vale para todo. Ya sabemos que la información nunca es suficiente, pero si además se difunde a trozos y con retraso, cuando llega ya es ruido. El empeño de la Expo, por su amplitud, ha de ilusionar al vecindario. Cada vecino ha de ser tratado como un miembro del comité del BIE. Si se intenta esta utopía doméstica, cuando se clausure la Expo (en Zaragoza, por supuesto), la comunidad será más feliz. Y de eso se trata.

*Periodista y escritor