Vuelve Quique González a la Casa del Loco, que es un poco ya su casa aquí, en Zaragoza.

Su segunda ciudad del viento. Porque la primera sería Tarifa. Allí, en las playas barridas por el levante, el cantautor debió inspirarse para el título de uno de sus primeros trabajos, Salitre 54 . Después vinieron aquellos Pájaros mojados , y, ahora, estos Kamikazes enamorados , su último y mejor disco (no tanto según mi fanatizada opinión como la del más autorizado e imparcial Javier Losilla).

Quique, además de un artista ambulante y ancho, heredero de los madrileños desgarrones de Joaquín Sabina y Antonio Vega, se acaba de poner el mundo por montera.

Ha roto, dando ejemplo, con la industria discográfica, con esa panda de parasitarios fenicios que viven a costa de los músicos, chupándoles la sangre y los derechos de autor. Y se ha lanzado a la carretera, con su gente, como se hacía antes, como se hacía en los sesenta, a cantar a la luz de la luna de neón, en garitos dispersos, para una basca sana y distinta, y a dibujar poesías en un trozo de papel, a las tantas de la mañana, cuando se despierta el duende.

González, en sus Kamikazes enamorados , ha reunido un puñado de canciones que rezuman un lirismo urbano y a veces pretérito, procedente de un mundo extinguido. Como ese eco de un paraíso perdido que parecen atrapar los versos de Piedras y Flores: Puedo oír tu voz en la plaza desierta/ Ya no crecen las flores para hacer la diadema/ Que corone tu nombre en los días de fiesta. Y añade el poeta: "Cuando vayan a romperte el corazón bajo las banderas/ Piensa en mí".Siendo importante la letra en la música de Quique González, nunca es redonda, no cuenta una historia, ni siquiera pretende captar y poetizar un estado emocional.Esas letras suyas, que a menudo no resultan tiernas ni crueles, ni evidentes, sino abiertas y limpias, como un paisaje reflejado en el agua, están hechas de retazos de voces y de sombras, de intuiciones y recuerdos, de mapas y de "palabras frías como cuchillos".A veces, también, de una ironía de ruta, de viajero sin destino, de hotel de pocas estrellas y conversaciones perdidas con amigos, camareras, locos, testigos del amanecer.

Dame dos paquetes de Chester y una botellita de ron/ Creo que será suficiente/ No tengo problemas de amor.Para este disco, cuyas canciones se desgranarán esta noche en la ciudad del viento, González ha contado con la inestimable ayuda de un músico con todas las letras, un superdotado: Carlos Raya, quien, además, ha ejercido de productor en esta valiente aventura musical, junto con José Nortes. Raya, auténtico animal de escenario, capaz de tocar cualquier cosa, y contrapunto perfecto para el cantautor, a quien conoce mejor que su propio padre, ha compuesto dos de los temas: Nana y

Carlos RayaJosé NortesNana Siesta en la frontera